En un sistema democrático, el Parlamento es la máxima expresión de la voluntad política de la ciudadanía, y cuando esa democracia es parlamentaria se convierte en el único legitimador de la acción pública. No cabe pensar que al margen o por encima de la cámara de representantes pueda existir una autoridad superior, más allá de la propia ley, que controle o tutele sus decisiones. Pero parece que ésta es la nueva faceta que el proces trata de introducir en Cataluña. Estamos asistiendo a un reduccionismo político en el que se pretende que el Parlament no sea más que un mero trámite que de forma automática apruebe o deniegue lo que en otro ámbito una sola persona ya ha decido. El debate de investidura del nuevo presidente de la Generalitat ha puesto de manifiesto este empobrecimiento democrático. Quim Torra, con su aspecto de profesor adormilado y su indisimulada xenofobia, despreció a la oposición con un discurso desganado, con réplicas pobres y frívolas, pensando más en agradar al huido que en dirigir la política catalana, haciendo gala de una dependencia vergonzosa que redujo la cesión de investidura a un mero trámite. Y, posteriormente, su toma de posesión resultó ser un acto casi clandestino y vergonzante, limitado a una mera formalidad administrativa. Todo con la intención de demostrar que la legitimidad no están en las instituciones democráticas, sino en la sede alemana de un huído y en un fantasmal consejo de la república que pretende crear.

Parece que el independentismo catalán necesita para sobrevivir sublimar símbolos, retorcer fechas, falsear historias y fabricar héroes. Y en este impulso trata ahora de hacer de Puigdemont el nuevo santón del independentismo. Lo extraño es que este supuesto héroe no ganó elección alguna y que sus actuaciones más decisivas fueron no haber cumplido por cobardía con la decisión de convocar elecciones y el haber huido al extranjero sin habérselo dicho a muchos de los consejeros de su gobierno que ahora están en la cárcel. Y este líder que la iconografía separatista pretende fabricar, es el que ha decidido quién es el seudo-presidente, cuál ha de ser su despacho y durante cuánto tiempo ha de mantener esta vergonzosa representación. Este nuevo reto del independentismo catalán puede convertir a Cataluña en una parodia política donde los principios democráticos sean olvidados y humillados. Y esta humillación de la democracia también humilla a los demócratas, seamos o no catalanes.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios