HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano /

Derecho de pernada

LOS mitómanos sufren cuando les desbaratan un mito y lo mismo les pasa a los perezosos mentales cuando se les invita a esforzarse para el conocimiento de algo. Imagínense el sentimiento apocalíptico, la alarmante confusión y la tristeza causada entre los campesinos por el hundimiento de una creencia, de una observación secular evidente, cuando les dijeron que el sol no giraba alrededor de la tierra sino que era la tierra la que giraba alrededor del sol. Los hombres de ciencia, inspirados por el Diablo, les negaban lo que veían con sus propios ojos. El triunfo del pensamiento científico dio un siglo de melancolía. Pues algo así pasa con la leyenda del derecho de pernada, ius primae noctis, con el añadido de la morbosidad erotómana. En este caso, el destruir un mito ya destruido no causa tristeza entre quienes creían en él, sino frustración, porque se les destruye una fantasía sexual: ser señor feudal y ejercer el derecho de pernada. No les trastorna un derecho inexistente, sino el no ser señores feudales para ejercerlo.

Braveheart, la película que poníamos ayer como ejemplo, se desbarata a sí misma por exceso, al halagar el sentimentalismo popular dando por cierto el derecho de pernada. Los mitos tienen un origen y se entienden explicados sin prejuicios. Acabar con un prejuicio es labor ciclópea y una columna periodística no da para tanto: ni los siervos de la gleba era esclavos maltratados, ni los señores feudales tiranos sádicos, ni el feudalismo un sistema injusto. Cada cosa en su tiempo y cada tiempo con sus cosas. Los feudatarios, por un problema demográfico y con la oposición de la Iglesia, tenían prohibido casarse fuera del feudo y emigrar sin permiso del señor. El señor daba el permiso, bien a cambio de un impuesto o mediante una ceremonia pública: visitaba la casa de los novios, ponían el pie, las piernas (de ahí pernada) en el nuevo hogar y la mano en el lecho conyugal, dando así fe pública de que autorizaba el matrimonio. El ritual tenía variantes, según lugares y costumbres, pero no incluía desvirgar a la novia.

La leyenda fue divulgada por el Iluminismo y los prejuicios ideológicos posteriores, añadiéndosele la picardía de que los obispos y abades, cuando eran, además, señores de un feudo, exigían el derecho a la primera noche. Con esta sinrazón, propalada por la literatura, el arte y obras con ínfulas de históricas, se quería defender la era de la Razón. Edades oscuras son todas aquellas en las se que hace historia de las leyendas y sociedades aberrantes las que divulgan aberraciones. Esta edad es tan oscura y aberrante como la que más, si cree que en el cristianismo occidental existió tal derecho. Para encontrar algo parecido a un derecho de pernada de carácter sagrado, hay que buscarlo en algunos pueblos africanos y en las culturas precolombinas, pero no están el feudalismo ni la Iglesia católica de por medio y, por tanto, no es políticamente correcto.

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