Mario y su trabajo

Mario acababa de terminar sus estudios cuando fue contratado. Como todos los jóvenes en su primer empleo trabajaba con ilusión. Su jefe le hablaba de objetivos, de sacrificarse por la empresa y que el día de mañana sería gratificado por ello. Y Mario así lo hizo: trabajó a destajo, sacrificó horas de su familia, sábados que jamás cobró e incluso muchos días de vacaciones que nunca pidió a su jefe que le fueran pagados. Trataba a la empresa como si fuera suya, se comprometió durante 10 años con su jefe, al que consideraba como de la familia. Compartieron los nacimientos de sus hijos y muchos días de aparente felicidad. Fueron más de 10 años de sacrificio, trabajo, lucha, sinsabores y también de buenos momentos con los compañeros, que ya eran amigos. También hubo momentos de logros importantes con algunos clientes, aunque siempre el jefe venía con la cantinela de que las cosas no iban bien. Durante el último año el negocio no fue bien; por diversos motivos no fue un buen año y se acusó a Mario de que fu forma de trabajar durante ese tiempo no fue óptima, pero aún así siguió intentando dar lo máximo por su empresa. Al final de año, su jefe le puso entre la espada y la pared, las cifras ese año no eran buenas, y en vez de arreglarlos como amigo aparecieron fantasmas ocultos, desconfianzas y acusaciones injustificables por parte de los que aparecieron siempre compañeros. Mario perdió su puesto, le fueron arrancados en unos segundos los galones que le costó años conseguir. Nadie en la empresa se acordaba de los días difíciles en los que Mario se desvivió por ellos, nadie parecía recordar que para cualquier problema allí estaba Mario, nadie apreciaba ya su constancia, su puntualidad, su fidelidad y su nobleza. Mario en aquellos años nunca pensó en cambiar de empresa, y rechazó sin oírlas algunas ofertas que le llegaron de la competencia. Pero ahora Mario era un lastre, una carga, una pesada carga que terminó con un acoso psicológico en el trabajo para que abandonara su puesto y ahorrarse la indemnización que por su contrato le correspondía. Al final la amistad se tornó en una mera y simple cuestión de dinero. Mario, el empleado modelo, ahora reconvertido en un inepto, en un estorbo y se trataba de señalarlo a él como alguien que es merecedor de todo lo malo que ocurre en la empresa, sin llegarse a plantear en un solo segundo si la gestión de su jefe había sido la adecuada durante tantos años. Al final Mario, el amigo, se convirtió en un número, en un problema que había que soltar de alguna manera. Su jefe entonces le esgrimía que con dinero de por medio no hay amigos. Mario ya no tiene ninguna duda: el corazón hay que dejarlo en casa para la familia; al trabajo y a la empresa sólo hay que llevar el coraje y la inteligencia.

Ángel C. Gómez (Correo electrónico)

Según los economistas, al sector inmobiliario español -que se está desmoronando a pasos agigantados y que ha sido la piedra angular del crecimiento estelar del país durante diez años- todavía le espera un largo camino de descenso, que condenará a la economía a años de estancamiento. La semana pasada las cifras revelaron que la venta de viviendas había caído un 27% interanual, un dato anecdótico que sugiere que la situación es mucho peor. Casi a diario se escuchan noticias sobre la quiebra de constructores, ahogados por la falta de ventas y por los bancos, que están cerrando el grifo. Esta situación pondrá la zancadilla a una economía que ha crecido muy por encima del 3% anual durante diez años gracias al auge del sector de la construcción, que representaba casi el 20% de su PIB. No obstante, las cosas empeorarán mucho más después de este año, por la inercia natural del sector de la construcción, según afirman los economistas. Los analistas más pesimistas dicen que España se enfrenta a cinco, o quizás diez, años de duras adaptaciones, a medida que se desprende del insostenible boom inmobiliario y del exceso de consumo estimulado por el crédito, que ha tenido como consecuencia uno de los mayores déficits por cuenta corriente del mundo. (...)

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