Desde el fénix

José Ramón Del Río

Desarrollo sostenible

EN el lenguaje críptico, hoy tan de moda entre los políticos, conferenciantes y otros comunicadores, brilla con luz propia lo de "desarrollo sostenible". La expresión no sólo es enigmática y difícil de entender, sino, también, poco conforme con la gramática, porque "sostenible" es una defectuosa forma de conjugar el verbo irregular "sostener", que, según el Diccionario Panhispánico de dudas, editado por la Real Academia, se conjuga como el verbo "tener" y, por tanto, se dice "tenido", pero no "tenible".

Dejando a un lado la gramática, porque no podemos pedir gollerías después de conocer el informe PISA sobre el nivel educativo de nuestra juventud, lo de desarrollo sostenible es muy reciente y empieza a usarse en 1987, como resultado de un informe de la Comisión de Medio Ambiente de la ONU. Allí se definió el "desarrollo sostenible" como aquellas actividades humanas que satisfacen las necesidades que en el presente tenemos, pero que, al mismo tiempo, no ponen en peligro las posibilidades de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades. O sea, que no te comas todo lo que hay en la despensa (hoy, en el frigorífico) porque tú y tus hijos tienen que seguir comiendo.

Para que un desarrollo pueda ser calificado de "sostenible" se le exige que cumpla varias condiciones: que la actividad a realizar no perjudique el medio ambiente; que mejore la calidad de vida de todos y no sólo de unos pocos; que use los recursos con economía, reciclando y reutilizando; que implante tecnologías limpias y restaure ecosistemas dañados, situando a la madre naturaleza en la cima del pedestal. Supone, por tanto que las políticas a desarrollar afectan varias áreas: la económica, la ambiental y la social, sin olvidar la cultural, porque la diversidad cultural -se dice- es tan necesaria para los hombres como la diversidad biológica lo es para los organismos vivos. Aunque parezcan verdades de perogrullo, gusta oír que ningún recurso renovable se use a ritmo superior a su generación: que ningún contaminante se produzca a ritmo superior al necesario para ser neutralizado o que ningún recurso no renovable se aproveche a mayor velocidad de la que se necesita para sustituirse por un recurso renovable. Por lo visto, subsistimos porque algunos consumen poco. Si todos los habitantes de la tierra consumieran al nivel que lo hacen en Estados Unidos, se necesitarían dos o tres tierras más.

Aquí, en España, acaba de dictarse la Ley de Desarrollo Sostenible del Mundo Rural, que afecta a más de 7.000 municipios de los 8.000 y pico que hay. Doce Ministerios y la inevitable Comisión se ocuparán de ello. Que acierten es lo que les deseamos.

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