Existía casi unanimidad en considerar que el secesionismo catalán estaba ganando la batalla de la imagen. Apoyados en el eslogan tan simple como engañoso del derecho a decidir, habían conseguido llamar la atención de parte de la opinión pública europea que desde la distancia sentía simpatía ante este planteamiento. A partir de ahí han ido cuidando la imagen y los movimientos escénicos hasta conseguir una representación tan superficial como efectiva de un pueblo unido y sufriente que lucha por su dignidad y su independencia. Sabedores de que el movimiento independentista se basa mucho más en el sentimiento que en el pensamiento, los dirigentes de la secesión han cuidado al extremo los mensajes para despertar la emoción de sus seguidores. Bien es cierto que para conseguir su innegable éxito contaron con la inapreciable colaboración de algunas decisiones del gobierno de España, como la actuación policial del 1 de octubre o las decisiones de la Fiscalía General que potenciaron los efectos del victimismo que pretendían.

Pero todo este montaje escénico pareció quebrarse desde el mismo momento en que el Parlament proclamó la independencia. El hecho de que aquella noche no la aprovecharan para arriar la bandera española del mástil del palacio de la Generalitat denotó o una alarmante falta de reflejos o simplemente que los encargados de la escenografía se habían quedado sin guión. Parece que ocurrió lo segundo. Porque a partir de ahí los dirigentes del cesado gobierno interpretaron su propio papel sin acuerdo ni coordinación. Y mientras unos se exilaban en Bélgica otros preferían acatar la situación legal. Este desconcierto ha ido creciendo hasta tal punto de que a estas alturas todos reconocen que no estaban preparados para la independencia y que no tenían suficiente apoyo social para conseguirla. Estas dos afirmaciones desmontan el andamiaje construido cuidadosamente durante años y pone al descubierto lo falaz y tramposo de su discurso.

Podía pensarse que este desconcierto en el que se reconoce paladinamente el engaño perpetrado puede poner en crisis el movimiento secesionista y que en las próximas elecciones les pasarán factura. Craso error. Ya se sabe que de nuevo lo emocional vencerá a lo racional y es esperable que con un discurso victimista intentarán mantener el entusiasmo de sus seguidores y de nuevo encontrarán efectos escénicos suficientes para intentar conservar sus votantes. Esperemos que en este caso no cuenten con la ayuda de erradas decisiones del Gobierno español.

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