NO le pongo muchas pegas al anuncio de Zapatero de que no repetirá. Es lo mejor para España, y también para el Partido Socialista, para el que se había convertido definitivamente en un lastre. Le alabo, igualmente, que haya rehuido el dedazo para nombrar a su sucesor. Él llegó a la secretaría general del PSOE frente a los designios del aparato, que apostó fuertemente por Bono, y no era plan que ahora hurtase a los militantes la decisión sobre su propio heredero.

Sin embargo, el horizonte socialista se ha despejado sólo a medias. Desde luego que los candidatos a alcaldes y presidentes autonómicos el 22-M agradecerán que sus elecciones no queden reducidas a un plebiscito sobre el Gobierno de la nación, y sobre Zapatero en particular. Eso les permitirá centrar la campaña en las cuestiones locales y regionales y poner el foco sobre sus personalidades y proyectos, aliviando en alguna medida la carga que hoy supone encabezar listas con las siglas PSOE (ojo, que por la misma razón no podrán desviar la atención hacia nadie si fracasan en las urnas: ZP no estará de chivo expiatorio).

Pero ¿cómo queda el problema del liderazgo socialista? Por un lado, Zapatero seguirá siendo presidente del Gobierno hasta marzo de 2012, conviviendo durante meses con la persona que vaya a sustituirle como candidato entonces y que ya habrá sido elegida, según el procedimiento de primarias confirmado para después del 22-M. Será la versión española del pato cojo norteamericano, al que se tiende a no hacer caso, pero que dispondrá del poder ejecutivo, mientras que su heredero será un líder elegido por las bases, con gran autoridad moral y ninguna autoridad efectiva.

Más problemas de liderazgo. Hasta que no haya un congreso federal del partido, Rodríguez Zapatero continuará siendo su secretario general, que también habrá de convivir, ahora orgánicamente, con el candidato. Los socialistas tienen suficiente experiencia para saber que entre ellos la bicefalia no funciona, genera tensiones y divide a la organización (para más información, pregunten a Almunia y Borrell o, aquí abajo, a Borbolla y Sanjuán). Parece más lógico que el nuevo candidato asuma también la secretaría general, lo cual necesita de un congreso que no está previsto.

Finalmente, hay una dificultad previa: por mucho que los barones se conjuren para no volver a hablar del candidato hasta pasado el 22-M, nadie puede asegurar que las primarias no acaparen gran parte de la atención pública y de la preocupación socialista. Se mirará con lupa a Rubalcaba y Chacón, se escudriñarán las palabras de unos y otros, se moverán los barones y los que no son barones, se harán contactos y reuniones, se recontarán los apoyos... La endogamia puede ser una enfermedad incurable.

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