Puigdemont está a punto de convertirse en un auténtico exiliado, su gran ilusión. Oriol Junqueras, el prisionero de Estremera, ha propuesto una salida airosa para el ex presidente catalán, fugitivo en Bélgica. El jefe de Esquerra plantea un nombramiento simbólico para que el huido deje de tener secuestrada a la sociedad catalana, con la Generalitat bajo el protectorado del Gobierno central, la economía estancada, las inversiones paralizadas y el turismo en regresión. La fórmula Junqueras consiste en designar a Puigdemont una especie de cónsul a la manera de Bonaparte, pero los poderes ejecutivos los desempeñaría un consejero jefe como gobernante efectivo en Barcelona. Los estados mayores de ERC y PDeCat están por la labor, aunque el interesado se resiste y preferiría forzar nuevas elecciones; él sueña con ser cónsul vitalicio al mando en la plaza de Sant Jaume.

A veces pensamos que el tiempo pasa demasiado rápido y la vida se queda en nada, pero este año se cumplen 15 desde que en 2003 Jordi Pujol dejó la Presidencia de la Generalitat. En ese tiempo Maragall propuso una reforma del Estatut que nadie reclamaba y Zapatero prometió aprobar en Madrid lo que le enviasen, convencido de que no ganaría las elecciones de 2004; el Congreso planchó el estatuto maximalista que aprobaron quienes se creyeron las promesas del sobrevenido presidente ZP, afloró a conocimiento público el 3% de peaje que Convergencia se embolsaba por la obra pública, saltó el escándalo del Palau, el PP recurrió al Constitucional un Estatuto consensuado en Las Cortes, sin su concurso; Pujol confesó tener una fortuna en el extranjero, se deshizo CiU, los convergentes iniciaron la huida para borrar el rastro de la corrupción, cambiaron de nombre y se apuntaron al independentismo; se proclamó a la trágala una independencia ilegal de Cataluña, un golpe al Estado tras el que se dispersaron los autores.

Da vértigo lo que dan de sí 15 años como estos, que parecen un siglo. Ahora el heredero del heredero de Pujol acaba de alquilar una lujosa mansión en Waterloo para vivir su exilio confortablemente. Un exilio que empieza a ser serio, extrañado por los suyos y en esta localidad belga al sur de Bruselas ¡que está en la región de Valonia! Sí, Puigdemont abandona Flandes como residencia habitual y se aleja -al menos físicamente- de los políticos euroescépticos y xenófobos que le han dado amparo los últimos tres meses. En Waterloo ha buscado el final de su escapada. Igual que Napoleón terminó sus correrías allí mismo 15 años después de haber sido nombrado primer cónsul de la República tras el golpe del 18 de brumario a finales de 1799.

Bien visto, Carles escapa mejor que Bonaparte; Waterloo es preferible a Santa Elena. Encima le pagan la mansión y podría empezar a cobrar su salario de ex presidente a razón de 112.000 euros anuales. Lo que se dice un destierro desahogado.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios