El 18 de mayo. El 27 de febrero. Y el 41 de diciembre. Los días de la madre son todos, el ancla con un hijo surge desde el mismo momento del embarazo. Por eso me peleo con el Día de la Madre. Entiendo que hay causas que necesitan de mayor visibilidad, pero esto me parece hasta ofensivo. Sucede, no obstante, que por ella me empeñé en que fuéramos a almorzar el pasado 7 de mayo.

El almuerzo habría sido episodio top en el antiguo programa de Chicote. O directamente se habría dado de baja. Omito el nombre del restaurante por lástima. Media hora para que nos pusieran las bebidas. Postillas, 25 minutos después de pedir un par de calamares, aclarando que no había calamar. Papas asadas descongeladas del día anterior vendidas como "recién hechas" que podrían rivalizar con bolas de béisbol... Un despropósito con una clara explicación: había dos camareros atendiendo más de 50 mesas. Juro que en alguna que otra ocasión miré hacia techos y esquinas buscando cámaras, porque no era normal. Hubo quejas (lógico), pérdidas de nervios en mesas vecinas, puyitas a los camareros y altas dosis de paciencia. Y ahí estaba mi madre en su asiento. Molesta pero calmada. Mientras nosotros sufríamos porque su día estaba siendo un despropósito, ahí seguía ella: molesta pero calmada.

Hasta que lo vi. Mi madre no estaba allí. Estaba en los malabarismos de los camareros para atender y apuntar aun a sabiendas de que por cada mesa habría una reprimenda. En el calor y el fragor de dos cocineras que no daban abasto ante comandas infinitas y variadas. Estaba en las pobres señores mayores y en los pequeños impacientes por que les llegara algo que echarse a la boca. En el estrés de tener una mesa de 20 comensales servida a tiempo. En su apuro por que yo llegara tarde al trabajo. En las disculpas sonrojadas de los camareros que no habían hecho bien su trabajo. En los agobios económicos del empresario que día a día tiene que sacar su negocio para adelante para dar de comer a los que lo rodean.

Ella estaba en todos los pensamientos circundantes menos en uno: que era su día. Porque no era su día. Su día son todos. Una madre es un calendario completo. Que el arduo trabajo y el escaso reconocimiento pinta de negro, cuando deberían ser rojos. Y rojos deberíamos onernos nosotros por no gratificar más sus días, que son todos. Las madres, las lágrimas invisibles, los robots de sonrisa natural. Bien mirado, aquel caos sí fue un buen primer domingo de mayo. Nos recordó por qué todos los demás días son los de las madres. Todos.

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