La ciudad y los días

Carlos Colón

Doblaje y nacionalismos

QUE todos los nacionalismos son primos hermanos se demuestra en la contestada pretensión de la Generalitat de que la mitad de las películas estrenadas se doblen al catalán. El doblaje -un mal que amputa la voz a los actores y destroza (aunque en esto se repare menos) los matices que los directores imprimen a los tonos o acentos para construir a sus personajes- fue impuesto por Franco en 1941 a imitación de Mussolini. El doblaje comercial no obligatorio había nacido como respuesta de Hollywood al obstáculo que representó el sonoro para la difusión de sus películas. Tras intentar las dobles versiones entre 1930 y 1932, su alto coste y la pérdida del atractivo de la presencia de las estrellas llevó a adoptar la técnica del doblaje creada por Jacob Karol y Edwin Hopkins en 1929. En 1931 se estrenó Desamparados, la primera película doblada al español.

Otra cosa es el doblaje de carácter nacionalista y político impuesto por Benito Mussolini. El 22 de octubre de 1930 ordenó que no se concediera licencia a ninguna película "hablada en lengua extranjera, aunque fuera una mínima parte", en parte para difundir el unificador italiano neutro y acabar con las variedades dialectales y, sobre todo, para "impedir que el cine nacional se convierta en un difusor y propagador de lenguas extranjeras". Ocho años más tarde encontró una forma más contundente de fomentar la lengua y el cine italiano: prohibir el norteamericano. Hitler copió inmediatamente el invento y en 1941 -con la orden del 23 de abril- lo hizo Franco. La consecuencia a largo plazo, como ha escrito Román Gubern, "es que hoy Italia, Alemania y España siguen siendo los bastiones del doblaje en Europa". Pero la cosa también tuvo, recuerda Gubern, "un efecto devastador sobre la industria cinematográfica española" al regalarle "el arma comercial del idioma a los actores extranjeros, favoreciendo su competencia en nuestro propio territorio". Tan grave fue ese daño que en 1946 el Gobierno derogó la "obligación patriótica" del doblaje. Pero el público ya se había acostumbrado y las grandes compañías no estaban dispuestas a perder el arma comercial que Franco les había regalado.

79 años después de la iniciativa fascista y 68 después de la franquista, la Generalitat, retomando una fracasada iniciativa pujolista, también quiere utilizar el doblaje para "conservar la pureza del idioma", como decían los falangistones que aplaudieron el doblaje obligatorio. Y que no repliquen que esto es una respuesta a aquello, porque se inscribe en un contexto -como el de multar a los comerciantes que no rotulen en catalán- no del todo opuesto a aquél.

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