Tinta con limón

josé L. Malo /

Don Nadies

CARNAVAL: el cañón del pueblo, el voto de febrero, cuerpos con disfraces y palabras sin caretas. Hay que felicitarse. El primer premio de comparsas en el Carnaval de Málaga de este año nos ha traído motivos para la esperanza. Los Don Nadie, a los que el versado Sergio Lanzas les puso voz y con los que los apasionados Gallegos se volvieron a dejar la garganta. Ellos fueron el alma de unas marionetas reivindicativas y guasonas que hicieron historia del concurso; ni los más mayores de la fiesta recordaban un tipo tan original como ese.

Se piensa, por error, que todos los tipos de murga y comparsa están inventados. Así que se recurre a algunos duales o se reinterpretan personajes en la difícil búsqueda de la exclusividad y la sorpresa. Los Don Nadie ya ganaron desde su puesta en escena. Unas marionetas ideadas por Ángel Calvente adaptadas al físico de cada integrante de la comparsa, quienes tuvieron que recibir clases de éste para su complejo manejo. Ah, y que costaron 600 euros cada una, para que tomen nota los que dicen que los carnavaleros se ponen cuatro trapos y ya tienen un disfraz. Pero eso no lo es mejor. Ahora que la súbita irrupción de Podemos ha puesto nervioso al bipartidismo y se rumia una época de cambio, si no electoral al menos sí de concienciación del ciudadano ante este expolio continuo de economía y libertades, hacía falta que ganara una comparsa tan vindicadora como esa. Porque sí vencieron los Don Nadie fue por atreverse a dar más hostias como panes que nadie. Ojalá a los letristas de comparsa nunca se les acabe el ingenio para dedicar preciosas letras a Málaga, pero el carnaval estará más vivo que nunca cuando sean las comparsas las que destaquen sobre sus murgas. Todos nos queremos reír en Carnaval, y lo hacemos; debemos. Pero conviene blandir más las gargantas ante un Ayuntamiento que se cree que esta fiesta es mandar al alcalde a la berza, la final o el Entierro del Boquerón. De la Torre y sus opositores tienen que ponerse colorados con las letras que les hagan; también los que manejan la fiesta, que aún arrastra los vicios de la pésima gestión que de ella ha hecho históricamente su Fundación. Las comparsas tienen que dejar de ser niños guapos que guiñan tras una copla a las mujeres del teatro y ser más alma y garganta; ser, como las de Don Nadie, marionetas que quieren dejar de serlo. Hacen falta más poetas atrevidos como Sergio Lanzas que hagan temblar los cimientos de los que mandan y menos piropos de cara a la galería. Para que entonces febrero continúe siendo nuestra trinchera.

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