Duelo de truhanes

Gran Bretaña cada vez se parece más a esos jóvenes suyos que nos visitan, tan beodos como atolondrados

Jeremy Corvyn, líder del decadente y desdibujado laboralismo británico, se declara vegetariano, aunque en estos últimos días, con las elecciones a la vuelta de la esquina, se está dedicando a comer carne cruda, incluso putrefacta. Porque un buen estómago hay que tener, entendido éste como una absoluta ausencia de principios, para utilizar el último atentado londinense como arma arrojadiza y electoral, que es precisamente lo que él está haciendo con la complicidad de su rival, la no menos populista y volandera Theresa May. Ambos protagonizan en fin un espectáculo penoso, en el que uno culpa a la otra de las muertes por su pasado como ministra de Interior y la otra es incapaz de salir de este laberinto indigno para reconducir la política hacia zonas más elevadas. Podría decirse en este caso que las elecciones obligan, como también podría decirse lo mismo del juego de mentiras y ruindades que por aquí vivimos en las infaustas horas posteriores al atentado del 11-M de 2004. Podría justificarse, ya digo, pero sería indigno hacerlo porque no: ningún argumento puede explicar esta forma de pisotear la democracia y de darle el triunfo a los terroristas. Aplausos se deben de oír en sus madrigueras cuando otean el panorama y descubren de qué forma hacen mella sus crímenes en una clase política completamente perdida en sus ambiciones. Lástima da una Inglaterra que fue cuna de libertades y progreso, pero que desde hace ya tiempo sufre un constante proceso de banalización y superficialidad, como se hubiesen olvidado por completo las lecciones que dieron al mundo durante la II Guerra Mundial. Tanto en el Brexit, tan lícito como pésimamente gestionado y argumentado, como las reacciones de los poderes públicos ante los atentados demuestran que la vieja Gran Bretaña está en fase de descomposición moral y lo único que le ocurre para salir del enredo es envolverse en un ultranacionalismo con olor a rancio que nada resolverá. Gran Bretaña, para desgracia de Europa, cada vez se parece más a esos jóvenes suyos beodos, incívicos y atolondrados que cada verano se emborrachan en nuestras costas.

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