Elegías de lo imperfecto

Ya mismo estarán nuestros poetas escribiéndole elegías a lo imperfecto. Al arroz que se quema. A 'gallitazo' sexual

Ayer, de buena mañana, tuve la ingrata experiencia de pasarme veinte minutos charlando, si así se puede llamar, con un robot. Llamé a mi compañía de teléfonos para resolver un par de asuntos, y qué suerte la mía que me atendió una voz electrónica presuntamente femenina, la cual durante un buen rato, con ese acento plomo de lo inerte, no dejó de preguntarme y preguntarme. No es la primera vez que algo así me ocurre, al igual, supongo, que a la mayoría de los españolitos de hoy. Por eso, ante estos casos, he desarrollado un sistema más o menos cutre para zafarme del robot de las narices y para que me pasen con un operario humano, pues humanamente, y con una amabilidad que luego fue palideciendo, me atendieron el día que firmé mi primer contrato con esta empresa, cuando todo era entre nosotros paz, brillos y amor. El robot de ayer demostró sin embargo una perseverancia que no tenían sus antecesores, así que, por más que puse en práctica mis añagazas, el muy felón me retenía. Por eso, mientras me volvía e repetir una vez tras otra que estaban tramitando mi petición, me dio tiempo a acordarme de una entrevista que publicó hace unos día El Periódico con el ensayista israelí Yuval Noah Harari, y en la que éste decía, por ejemplo, que en un futuro próximo la mayoría de la gente será innecesaria porque su labor será sustituida por la inteligencia artificial. O sea, que el experto augura un mañana dominado por los algoritmos con una elite privilegiada y millones de personas ya inútiles por haber sido superadas en sus capacidades por la tecnología. Un futuro pues mucho más perfecto, sin nuestros clásicos errores humanos, pero desalmado y triste como la voz de mi estúpido robot. El cacharro, por fortuna, me derivó al final la llamada a un simpático telefonista que en diez minutos resolvió mis cuitas, pero de este pasaje matutino me quedó en el paladar el sabor de incierto de lo que vendrá. Y también una casi certeza: que ya mismo estarán nuestros más melancólicos poetas escribiéndole elegías a lo imperfecto, Al arroz que se pega. Al gatillazo sexual. Al frenazo innecesario. A la errata diaria en el periódico. Al ser humano, en fin, al ser humano que fue, que es y que no sé yo si será.

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