Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Elogio de la impertinencia

CREO que debería ser obligatorio dejar de vez en cuando, cada seis meses por ejemplo, un micrófono abierto para que pudiéramos enterarnos de los comentarios y del tono que emplean los tipos más serios del país (incluidas las autoridades religiosas, judiciales, bancarias, sindicales, etcétera) antes de sus solemnes declaraciones públicas. Dejar entrever lo que hay detrás de la espesa máscara de la afectación es una gimnasia moral muy recomendable, no tanto para los protagonistas de las revelaciones indiscretas sino para la multitud de oyentes que esperan sus implacables y exactas manifestaciones y se encuentran de pronto con coloquialismos y expresiones desinhibidas que son incapaces de digerir. Sí, hay estómagos morales e ideológicos que no soportan escuchar a sus líderes utilizando el lenguaje de calle ni, mucho menos, desahogando ciertas emociones básicas, como el cansancio o el hartazgo. Todo, en el fondo, es una relación montada sobre un juego recíproco de hipocresía cuyo mecanismo todos ocultan con un celo más bien ridículo. El líder encarna una perfección no sólo ética, sino también física, y parte de su magnetismo consiste en mantener esa apariencia de integridad en todas las circunstancias y en decir lo que se espera que diga y en el tono previsto.

Las expresiones que registran los micrófonos indiscretos no suponen casi nunca revelaciones de secretos de Estado o confesiones pasionales, qué va. Tienen muchísima menos entidad. Son de una candidez insoportable. Mariano Rajoy, por ejemplo, dijo que dedicar una hermosa mañana dominical de otoño a contemplar un desfile militar, todo tieso, casi entumecido, desde una tribuna, es un coñazo. ¡Le asiste toda la razón! Es más, la mayoría de los desfiles son un coñazo, incluidos los desfiles familiares de los domingos, pero en el juego de mutuos fingimientos que preside la relación entre el líder de un partido y sus seguidores ese reconocimiento (tan básico que ni siquiera es una constatación) está expresamente prohibido.¿Qué ocurre cuando se rompe el tabú? Pues que asistimos a una especie de descubrimiento de la impostura que subyace en el ficticio juego de las relaciones y todos quedan en evidencia.

En el caso de Rajoy, las repercusiones han sido más graves en el ámbito de sus partidarios que en el de la oposición. Aunque algunos han optado por un discreto silencio para salvaguardar la honra del jefe (todo muy jesuítico, pero con claros resabios ideológicos), otros la han emprendido contra su líder por romper el pacto de las apariencias según el cual un desfile militar nunca (ni en domingo o lunes, en el desierto o en polo, en democracia o dictadura) es un coñazo.

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