la esquina

José Aguilar

Escuredo, por causa de honor

ESTE mediodía la Universidad de Almería investirá como doctor honoris causa a Rafael Escuredo Rodríguez, ex presidente de la Junta de Andalucía, como muchos andaluces no saben. Allí estaremos, presentes o en espíritu, muchos que ya no somos los de entonces, los de los juveniles años ochenta, pero nos negamos a la desmemoria y el olvido.

Honoris causa, por causa de honor, es por lo que hacen doctor a alguien que ni enseña ni investiga en la Universidad almeriense. Por el honor del doctorando, por esa cualidad que conduce a uno al cumplimiento del deber y a la prestación de un servicio al común que le trasciende. Es completamente emotivo que a Escuredo lo acoja la Universidad de la única provincia en la que pinchó el referéndum que le abrió a Andalucía el camino hacia la autonomía plena. Pinchó allí el 28-F por las condiciones leoninas que impuso el poder central: tenía que votar la mayoría del censo electoral.

Porque de eso va el doctorado honoris causa que hoy se concederá en el auditorio de la Universidad almeriense. De reconocer el papel decisivo de un abogado de Estepa en la conquista del autogobierno de Andalucía o, lo que es lo mismo, en la ruptura de su destino de región subsidiaria y subordinada a la nueva configuración territorial de la España democrática en la que los poderes fácticos habían decretado reservar la autonomía de verdad a las comunidades mal llamadas históricas (¡como si Andalucía hubiera nacido ayer tarde!).

Eso es lo que quedará de Escuredo cuando le llegue la hora, como a todos, de sentirse interpelado por esa estrofa del Gaudeaums Igitur que este mediodía clausurará el acto (Nuestra vida es corta,/ en breve se acaba./ Viene la muerte velozmente,/ nos arrastra cruelmente,/ no respeta a nadie.). Más que las vicisitudes de su trayectoria política, donde hubo triunfos y fiascos, y más que su estimable tarea de novelista, Rafael Escuredo será siempre el andaluz que mejor conectó con las necesidades y más ayudó a construir el sueño de los andaluces en una etapa fundamental de su historia. Pongamos la nota pesimista: un sueño condenado a naufragar en buena parte, pero que de todos modos mereció la pena.

Cuando el rector magnífico de Almería le imponga a Rafael Escuredo el birrete y el anillo, los guantes y el libro, con toda la pompa propia del caso, muchos estaremos allí, en cuerpo o en espíritu, ejerciendo la obligación de la memoria y celebrando que la universidad de la provincia que no superó el histórico referéndum del 28-F sea precisamente la que doctore al hombre que encarnó los más intensos anhelos colectivos de un pueblo que nunca antes los había podido expresar. Gaudeamus Igitur. Alegrémonos, pues.

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