Tiempos modernos

Bernardo Díaz Nosty

España y Cuba

Son lo mismo, ante la opinión pública mundial, Augusto Pinochet y Fidel Castro? Desde una visión reduccionista, podría decirse que sí, que también son iguales a Hitler, Franco y Stalin. Hecha la provocación, se puede sostener que, según se esté a la derecha o a la izquierda, siempre hay dictadores menos malditos... En nuestra historia predemocrática, bajo la dictadura de Franco, Castro era un símbolo asociado a la esperanza de cambio para los antifranquistas. Estas malas jugadas de la memoria descubren en la tolerancia formas más equilibradas de entender la realidad, que no es tan blanca ni tan negra, tan azul o roja, sino expresión de la complejidad o, quién sabe, de las miserias humanas.

Hoy, cabe recordar la solidaridad espontánea de España con Cuba, reivindicar el derecho a la máxima vecindad afectiva con el pueblo más querido de América. Salvo en los momentos en los que La Moncloa se convirtió en sucursal de la política exterior de George W. Bush, todos los gobiernos de España han tenido una relación de excepción con la nación cubana. En ningún caso como apoyo al régimen castrista, sino como lógica de sangre en unas relaciones de familia que están por encima de las coyunturas políticas. Quienes no entiendan una cuestión tan simple, o vean la realidad a través de los destilados del maniqueísmo político, pregúntense qué significó realmente la visita del Papa a La Habana. ¿Osarían acusar a Juan Pablo II de haber prestado apoyo a Castro?

Sea quien sea el nuevo inquilino de la Casa Blanca -no se esperan grandes cambios en la política exterior-, siempre estará mejor dispuesto hacia la nación vecina que el actual presidente, y más cuando ha desaparecido de escena uno de los símbolos mundiales de resistencia a Estados Unidos. Del Gobierno español, gane quien gane el 9 de marzo, sin la presión norteamericana del pasado, se espera un talante prudente que anteponga los lazos afectivos a las exigencias políticas u otros intereses. Después de medio siglo de castrismo, hay que dar tiempo a Cuba, aguardar hasta noviembre para conocer los resultados de las elecciones americanas, y que la transición hacia la democracia surja, como ocurrió en España hace tres décadas, del debate político interno, abierto a la reconciliación con el exilio. El pueblo cubano, no se olvide, está mejor formado que otros de América Latina y el orgullo nacional del vecino de Goliat no se va a disolver fácilmente.

Nuestro país debe comprometerse muy seriamente en el proceso, como avalista familiar de las aspiraciones del pueblo cubano ante la Unión Europea, e impulsar programas de ayuda a la recuperación de una economía largamente castigada por el bloqueo norteamericano. Será un paso necesario para el restablecimiento de las libertades públicas y la democracia. Nuestra gente de Cuba se merecen la mejor de las suertes.

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