Da la sensación de que la realidad siempre defrauda y de que cuando llega lo anhelado durante tiempo genera frustración. Podría llamarse el síndrome del día de los Reyes Magos, aunque no es solo una actitud infantil. En política ocurre con frecuencia. Llevamos décadas hablando de la crisis de los partidos políticos, de la necesidad de su modificación. Hemos teorizado sobre la conveniencia de profundizar en su democratización, de implantar un sistema electoral interno más participativo y de restar capacidad de decisión a las élites dirigentes para dar más poder decisorio a sus militantes e incluso a sus simpatizantes. Las elecciones primarias, que se celebraban con asiduidad en otros países de nuestro entorno o la consulta regulada a los militantes para decidir cuestiones trascendentales, parecían el desiderátum que vendría a mejorar el funcionamiento de los partidos políticos en España. Pues bien, cuando eso, o algo parecido, se ha hecho por parte del PSOE, aprobando una modificación sustancial de su estatutos, sorprendentemente ha sido recibido en los medios de comunicación con más pitos que palmas. Posiblemente en esta reforma, de la que nadie podrá negar su ambición, haya errores e incluso algunas carencias, pero sí supone un intento de hacer a su organización más permeable.

Es evidente que se reduce el poder de los estamentos dirigentes y la influencia del aparato, sobre todo a la hora de la elección de candidatos, pero sería una exageración hablar de un partido asambleario, sin estructura estable y al albur de espontaneismo de las bases. Contrariamente a lo que se ha repetido tanto, que casi llega a convertirse en realidad, ni desaparecen las estructuras intermedias ni se borra la presencia e importancia de los líderes territoriales, simplemente se traslada a la militancia la posibilidad de elegir a sus dirigentes en unas elecciones primarias, esta vez sí, con menos exigencias de avales y con segunda vuelta, cosas que por otra parte eran algunos de los defectos criticados en anteriores convocatorias. Ni cesarismo ni asamblearismo son los elementos que identifican esta reforma, sino un intento de revitalizar los partidos políticos con una mayor permeabilidad para la militancia y la sociedad a través de sus simpatizantes. Y no se piense que cuando se habla de estatutos se discute solo de temas internos, pues los partidos se han constituido en el principal mecanismo de participación política de la ciudadanía y su funcionamiento no es ajeno a la calidad de la política y ni a la de sus protagonistas.

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