Luces y sombras

Antonio Méndez

Estraperlo

LA Policía Local de Málaga ha intervenido en los últimos días más de 1.100 cajetillas de tabaco de contrabando de varias marcas y denunciado por una infracción administrativa a las seis personas a las que decomisó la mercancía ilegal. En agosto, fue la Comisaría provincial la que interceptó un millar de cartones y la pasada primavera se localizó en el Puerto un contenedor procedente de China con más de 9 millones de cigarrillos.

La venta ilegal de cartones nunca ha desaparecido. Pero soy incapaz de recordar los años que hace desde que no me ofrecen en los semáforos un paquete de rubio americano. Tampoco sucede ahora, porque los circuitos para canalizar la distribución de estos productos van por otros caminos. La diferencia es que el siglo pasado la demanda se la llevaba el Wisnton o el Marlboro y ahora se mercadea hasta con el Ducados.

La crisis nos ha devuelto el esplendor del estraperlo, el comercio clandestino o el chanchullo, por citar utilizar algunas de las acepciones permitidas por la Real Academia para definir este acrónimo que supuso un modo de supervivencia en los años más terribles de la posguerra civil española. Pero también el apogeo de las chapuzas, el trapicheo y el pseudoempleo.

No defiendo que los datos estadísticos se eleven a dogma de fe. Pero me cuesta creer que la cifra oficial de 158.000 parados en esta provincia resulte una falsedad completa. Y me resulta inverosímil que la tranquilidad con la que la sociedad malagueña encaja esta drama se deba a que todos los afectados ahorraron en su momento o disfrutan de familias o amigos que les ayudan a soportar el trance indefinidamente hasta que cambie el rumbo. No digo que 70 años después vivamos rodeados de contrabandistas. Pero sí que nos sorprenderá conocer en el futuro el peso de la llamada economía sumergida en este periodo tan duro. ¿O no?

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