La tribuna

Luis Felipe Ragel

Estudiantes satisfechos

LOS profesores de mi universidad hemos recibido en los primeros días de agosto los resultados de las encuestas realizadas por los estudiantes sobre la satisfacción con la docencia universitaria. Como el grado de satisfacción de los alumnos con la labor del profesor es muy alto en esta universidad, 3,9 sobre 5 puntos, datos que confirman los obtenidos en los cursos anteriores, las satisfechas autoridades académicas habrán querido alegrar las vacaciones a los profesores sin esperar hasta septiembre para enviar los datos.

No vamos a quitar valor a esos resultados, que son muy buenos, pero tampoco hay que lanzar las campanas al vuelo y pensar que gozamos de una docencia universitaria que raya la excelencia. Poniendo los pies en el suelo, hay que recordar que las encuestas sólo las cumplimentan los estudiantes que se toman la molestia de escuchar al profesor y seguir su exposición. Muchos se quedan en su casa, en la biblioteca, en la cafetería o en los lugares de esparcimiento del campus.

De la misma manera que los estudiantes expresan libremente su valoración sobre la docencia que reciben, expresaré con toda libertad la opinión que me merece esa valoración, aclarando previamente que no voy a proferir lamentos jeremíacos por haber salido mal parado. En una de las dos asignaturas que impartí el pasado curso obtuve una calificación superior a la media de la universidad.

Podríamos plantearnos si la satisfacción de los estudiantes se refiere a la capacidad del profesor para dar a conocer de manera adecuada el contenido de su disciplina, es decir, si han aprendido verdaderamente con las enseñanzas que han recibido.

Decía Pemán que en el Derecho administrativo, la forma es sustancia. Tuve la suerte de tener como profesor de esa asignatura a don Alfonso Pérez Moreno. Expresaba en clase tal entusiasmo por su disciplina que me contagiaba y me allanaba las dificultades que encontraba a la hora de estudiarla. Fue mi mejor profesor.

Varios años después de finalizar la carrera, contrastando mi preferencia con un antiguo compañero de curso, quedé sorprendido cuando manifestó que el mejor profesor que había tenido era el de Derecho procesal, porque se le cogían muy bien los apuntes. Claro que se tomaban bien. ¡Es que los dictaba! Leía despacio lo que traía escrito y todos copiábamos lo mismo. Para conseguir ese objetivo hubiera bastado con dejar los apuntes en la copistería de la Facultad. Aprendí entonces que, para un significativo número de estudiantes, lo más importante es hacerse con el material necesario para preparar los exámenes y nada importa lo que el profesor pueda añadir.

A mi juicio, la opinión de los estudiantes, más que recoger lo que han aprendido con determinado profesor, refleja el aprecio que sienten por el docente y, afinando un poco más, el mutuo aprecio que existe entre unos y otros. Si existe ese mutuo aprecio, los encuestados están predispuestos a dar las más elevadas puntuaciones. Por el contrario, si el profesor tiene una personalidad que no les gusta, escatimarán la puntuación incluso en las respuestas que nada tienen que ver con la sintonía entre las personas, como, por ejemplo, "el profesor informa sobre los distintos aspectos de la guía docente o programa de la asignatura", que es la primera pregunta que se formula. El docente puede haber informado detalladamente sobre este aspecto en la primera clase, respondiendo pormenorizadamente a todas las preguntas que se le hayan podido formular pero, si no despierta mucha simpatía entre los estudiantes, le calificarán con una nota intermedia en lugar de ponerle la máxima nota.

La alta calificación obtenida en la docencia universitaria suele venir acompañada de una evaluación baja en materia de investigación. Basta comparar los datos de las universidades de Cádiz y de Sevilla. La primera tiene varias décimas más que la segunda en satisfacción de los estudiantes con la docencia, pero ocupa el lugar 36 de las 47 universidades españolas en el ranking por tramos de investigación concedidos a sus profesores, mientras que la Hispalense ocupa el puesto 24, un lugar intermedio.

Con este cruce de datos, siento que me he quedado anticuado al creer todavía que el profesor que sigue las consignas de Andrei Sajarov -¡trabaja, termina, publica!- está en mejores condiciones de enseñar que el que dedica escaso o ningún tiempo a la investigación. La docencia universitaria cada vez le gana más terreno a la investigación y, como va a seguirse esa tendencia, la universidad quedará finalmente en manos de los profesores consagrados a la docencia… o a la dedicación pujante, la gestión.

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