Extremos

No parece que tengamos especial inclinación a la moderación y sí a extremar las opiniones

No parece que tengamos una especial inclinación a la moderación y sí una atracción irresistible a extremar las opiniones. En el debate turístico ha vuelto a pasar. Los comentarios sobre la necesidad de evitar la masificación turística en algunas zonas de nuestro país apenas alcanzaron el interés de la ciudadanía. Fue cuando aparecieron los actos violentos contra esa actividad cuando el problema conquistó el interés público. A estas alturas es necesario decir que estas acciones no sólo son condenables, sino que suponen un amenaza para el desarrollo de esta industria y producen graves daños de imagen. Pero dicho esto, tampoco conviene utilizar esas lamentables acciones como el gran espantajo contra el que hay que luchar sin permitir matizaciones que reclamen una necesaria ordenación de la afluencia de visitantes. Este es el otro extremo que también ha aparecido en este precipitado debate. Desde acusar de kale borroka, con las connotaciones que ese término suscita, a la acción de esos grupos radicales, se ha pasado a defender sin paliativos ni condiciones la afluencia turística y se ha fabricado un nuevo frente nacional, dispuesto a hacer de esta cuestión un nuevo debate de esencias y patriotismo.

Y como no, ha sido el PP con su especial afición a la política de trazo grueso el que ha comenzado a enarbolar estos incidentes como un nuevo atentado a esta gran nación que se llama España. Y entre estos dos extremos, las posiciones templadas parecen diluirse ante tanto griterío y entre acusaciones de unos y otros de traidores a las esencias o consentidores de abusos y excesos. Lo cierto es que desde hace tiempo la política turística parecía un caballo desbocado, que perseguía el triunfo del número sobre la cantidad sin que acertara a encauzar adecuadamente los excesos que se iban produciendo. Es necesario señalar que en este sector tan expansivo y exitoso, donde cada temporada aumenta el negocio y los beneficios, es donde el extendido mal de la precariedad laboral se da con mayor gravedad. Las empleadas de hoteles, con sus ridículos salarios y los camareros, con jornales abusivos y sueldos de miseria, son uno de los fenómenos más lamentables que la crisis y esta supuesta recuperación nos ha traído. Bueno será que el Gobierno, más que hacer proclamas indiscriminadas sobre las bondades del turismo y condenas apocalípticas sobre sabotajes injustificados, atendiera a la ordenación racional de este sector, empezando por evitar explotaciones y abusos empresariales a los trabajadores de esta actividad.

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