Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Extremos

PUES no, no hay tregua. No hemos acabado de clarificar en qué tipo de crisis estamos atrapados, si en las que tienen forma de V, de U o de L, o si se trata de una crisis de aspecto vermicular con todos los estadios de la metamorfosis aún por desarrollar, cuando otro dato inesperado tacha y confunde todo lo que con tanta aplicación llevábamos aprendido de economía práctica. No porque aspiremos a sentar cátedra, qué va, sino para cumplir un propósito tan humano como anticipar y aclarar nuestro futuro inmediato, ya sea para bien o para mal, que eso está en manos del destino. Por fortuna, nadie se toma lo suficientemente en serio tales novedades. Si fuéramos consecuentes y tratáramos de comprender por qué el Banco de Santander va a ganar este año 10.000 millones de euros, un 5,52% más que en el ejercicio anterior, acabaríamos, si no locos de atar, al menos en un estado de perplejidad profundo, casi comatoso.

¿Cómo un banco puede presentar unos resultados, no ya extraordinarios, sino millonariamente obscenos mientras los gobiernos agitan el émbolo cargado de ayudas para inyectarlas al sistema al que el propio banco pertenece? ¿Cuándo se pone un banco enfermo? ¿Cuándo sana? Con los balances de los bancos ocurre como con los mensajes de los anuncios: hay que entenderlos en su justa medida, como metáforas de la realidad. Si en la televisión una ejecutiva lustra la mesa de las reuniones del consejo de administración deslizándose por la superficie provista de un mandil empapado de cera abrillantadora nadie debe interpretar la publicidad como un mensaje a los cuerpos ejecutivos de los grandes bancos para ahorrar en servicios de limpieza sino como una prueba de lo eficaz que es el abrillantador. Alfredo Sáenz, el vicepresidente del Santander, no ha tenido reparos en declarar, como si fuera un habitante de otro tiempo: "Nos vemos fuertes y optimistas". Prueba de que los 10.000 millones son una alegoría (igual que la crisis es una metáfora de la tiranía del dinero) es el profundo silencio -de los gobernantes, de los sindicatos, de la gente común- con que han sido acogidas sus palabras.

En el otro extremo de la perplejidad (si es que la perplejidad tiene extremos), el alcalde de Marinaleda, Juan Manuel Sánchez Gordillo, ha movido pieza contra los crímenes de los poderosos y ha entrado, como entran los elefantes en las cacharrerías, en la Consejería de Economía a protestar por la escasez de efectivo en los ayuntamientos, aunque la acción para lo único que ha servido es para suscitar una animada controversia sobre si ha sido un circo o una gansada. Gordillo sostiene que ha sido una protesta gandhiana, aunque, más que con Ganhi, con quien guarda un cierto aire es con fray Leopoldo de Alpandeire, fraile limosnero.

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