Vivimos en la urgencia de saber lo que va a pasar en el próximo minuto, en la obsesión por la actualidad, en una exigencia morbosa de nuevos estímulos, informaciones, sorpresas, distracciones, así que hemos olvidado las virtudes del reposo y la lentitud y hemos hecho del F5 una adicción y casi un culto. Es una desesperación que nada pase durante mucho rato, y hemos convertido la costumbre de vivir en una demanda insana de reactualización de impulsos, instalados en la posverdad de que todo fluye sin descanso, de que nada se detiene, de que la acción es superior al pensamiento.

Si alguna vez la espera fue un arte, ahora es una tortura. Pero hay casos y casos. Carlos de Inglaterra ha hecho de la espera una estética de la resignación, a ver qué remedio, y para otros la espera es un confort, una casa con chimenea, una derivación instintiva. Por ejemplo, Rajoy, que administra el Estado como quien pasa a limpio un expediente del Registro de la Propiedad, con sus pausas para ver el ciclismo. Cuando acelera un poco le da lumbalgia, por falta de hábito. Rajoy es un hombre un poco a contratiempo, a contraestilo de la época del F5. Es un optimista de la espera que cree que los problemas acaban solucionándose solos o casi solos por el efecto positivo que, en contraste con los códigos imperantes, atribuye a la capacidad de resistencia o la tenacidad en el inmovilismo en un periodo temporal dilatado. No concibe el mundo en términos permanentes de red social y eso está bien, pero da la sensación de que espera encontrar ciertos mecanismos de equilibrio entre la acción y la reflexión (saludables para un gobernante) leyendo el Marca, y así nos va.

El PSOE de Pedro Sánchez (o el Podemos de Pedro Sánchez, o el PSOE de Pablo Iglesias) sí está en el F5, en correspondencia con la sensibilidad volátil, emocional, distraída y líquida del votante posmoderno. Cada media hora una ocurrencia que alimente los debates de la jornada en Twitter. Sánchez es más de baloncesto pero no le gustan los tiempos muertos porque los asocia a un comportamiento conservador. El caso es que Rajoy, y por tanto España ahora, es un tiempo muerto. Y así estamos, entre temerarios y estáticos, con la inquietud y el cosquilleo del F5 todo el día.

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