Cuchillo sin filo

Francisco Correal

fcorreal@diariodesevilla.es

Falansterio

Trump sigue el modelo de Puigdemont: el muro, la tirria al español y un poder judicial sumiso y títere

Ha sido la frase de la semana: este juicio también es democracia. Y lo ha sido porque cientos de miles de personas nos hemos sentido fortalecidos en nuestras convicciones al escucharla. Sujeto, verbo y predicado, amén de un también más que justificado en estos tiempos del tampoco. Se llama Emilio Sánchez Ulled, es el fiscal del llamado caso del 9-N, la falsa consulta convocada por Artur Mas, que se sentaba en el banquillo junto a sus consejeras Ortega y Rigau, Fortunata y Jacinta del catalanismo. Ese fiscal nacido en Cataluña (Lérida, 1965) cuyo nombre y cuyo rostro muchos desconocíamos era el Moloch, el Leviatán al que se dirigían los cuarenta mil manifestantes que acompañaban al triángulo de las bermudas en esa parodia demagógica y bien orquestada de El Cuarto Estado, el cuadro de Giuseppe Pellizza da Volpedo que durante unos años todos los progres tuvieron en sus habitaciones. Una puesta en escena con canción de Lluís Llach, un ángel de la lírica transformado en oficinista del oficialismo más retrógrado.

Es tan tragicómica la realidad que todos los pasos que está dando Donald Trump parecen una copia del cuaderno de bitácora del proceso catalán para separarse de España. En esa analogía, ya podían pedirle información a Puerto Rico para convertirse en una nueva versión del Estado Libre Asociado, Cataluña boricua que le ha dado el guión al nuevo presidente de los Estados Unidos: la erección de un muro, en el caso de Cataluña mucho más sutil, por favor, sin derramamiento de penas, pero muro al fin y al cabo que delimite su mismidad; la tirria contra el español, aparcado como lengua del imperio (el idioma que en Estados Unidos hablan paradójicamente los sojuzgados, los indígenas), excluido de los idiomas en los que Carles Puigdemont se dirigió al clac que fue a oírle en el Parlamento Europeo; y finalmente, ese empeño en pretender condicionar las acciones de la Justicia en beneficio de sus intereses, en mofarse del espíritu de Montesquieu y de la separación de poderes por considerar a los jueces el brazo armado de la pérfida Hispania.

Corren Trump y Puigdemont como ríos paralelos, el primero jaleado por la América profunda, el segundo amparando a un catalanismo sectario, hijo bastardo de los excesos de Zapatero y de los defectos de Rajoy, padres putativos de este falansterio que se quedó a vivir en los telediarios.

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