Es un cansancio tan atroz y repetitivo, este que causa ya el tema de Cataluña o de un par de millones de ruidosos catalanes -o quizá de muy pocos más- animosos e incansables separatistas, que casi debiéramos, por contra, hacer un pacto nacional de columnistas, radiofonistas y tertulianos televisivos para irnos mostrando impertérritos ante este tan enojoso como pesado asunto y acudir a temas más ilustrativos, vivaces e ilusionantes para el común del vecindario.

La cosa está así y hasta tal punto y extremo que no faltaba para guinda del pastel nada más que un puñado de curas. Pero ya no. Porque en este país nuestro; ¡mucho más que en otros, donde va a parar!; hay muchos curas que son levantiscos y montaraces, sobre todo cuando nadie les da vela en el entierro y ellos olvidan aquello de "dad al César lo que es del César…", prefiriendo ejercer de "faros morales" firmando manifiestos, que es de lo que van los lustrosos abades de Montserrat y de Poblet. Y por eso, nada menos que trescientos clérigos; como trescientos curas Merinos; lo que viene a suponer el veinte por ciento de los existentes en las nueve provincias eclesiásticas, con otros tantos obispos; el de Solsona en cabeza, aunque él no la use más que para calzar la mitra; más dos arzobispos, en Barcelona y Tarragona; se han visto ellos en la necesidad; o eso se piensan; de echar más leña al fuego, que les debía parecer que se apagaba. Y ahí han estado ellos, doscientos ochenta sacerdotes y diáconos los que faltan hasta llegar a trescientos. Un lujo, ¡oiga!, un derroche de ejercicio caritativo y benefactor para la grey cuyo cuidado tienen encomendada en el ejercicio de su ministerio. Muchos pueblos de Cataluña no tienen párroco permanente.

Sólo les ha faltado a estos trescientos curas firmantes del manifiesto pro referéndum de independencia catalana, pedir a sus obispos el restablecimiento del Tribunal del Santo Oficio, para poder encausar a placer a todos aquellos "otros catalanes" que, siendo igual de católicos no son separatistas; ovejas negras del rebaño; e incluso en mayor número a juicio de las últimas convocatorias a las urnas, no les deben de parecer merecedores de ser escuchados, atendidos, comprendidos, consolados, defendidos, evangelizados, en unión de cualesquiera otros habitantes de esta dolida España y con el lícito derecho de sentirse y ejercer como españoles que son, además de catalanes, como lo fueron sus padres, sus abuelos, los padres de sus abuelos y los abuelos de sus abuelos. Los curas, los verdaderos sacerdotes; al menos en los que yo creo y a los que aprecio; no toman partido y si se han de distinguir por algo no es sino por ser hombres de paz, que es lo difícil. No me gustan los políticos de tirilla o de sotana. ¿O no?

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios