ALGUIEN vendrá que bueno te hará. La sencilla sabiduría del refranero no se equivoca casi nunca y sus avisos suelen encontrar concreciones excelsas en el psicodélico mundo que nos toca vivir. Cuando parecían insuperables las extravagancias del difunto Chávez, su sucesor, el inmaduro Maduro, está empeñado en demostrarnos que aún queda mucha terreno por destripar. Así, supongo que tras larga conversación con el pajarito de marras, el actual presidente de Venezuela acaba de anunciarnos la creación del Viceministerio "para la Suprema Felicidad Social del Pueblo". En el más puro estilo orweliano, de lo que se trata es de "incidir en todos aquellos factores que perturban la posibilidad de que las personas sean felices". La idea, de proclamadas y supuestas raíces bolivarianas, es verdaderamente "revolucionaria": hace falta una instancia gubernamental que permanezca atenta a los conatos de infelicidad, que burocratice los sentimientos y discipline tristezas reaccionarias.

Como comprenderán, las críticas no se han hecho esperar. Antonio Ledezma, alcalde mayor del Distrito Metropolitano de Caracas, las ha resumido con maestría: "Un pueblo no puede ser obligado a decir que es feliz cuando está pasando gravísimas dificultades"

La ocurrencia sería hasta divertida si no fuera por la tragedia que enmascara. Es lamentable que un país con tantos y tan abundantes recursos agonice por la ineptitud, el sectarismo y la corrupción de unos dirigentes exóticos, henchidos de falsa grandeza, instalados en la dimensión ficticia de su propia y dolosa demagogia.

De lo malo, lo peor: esa peculiar cosmovisión que considera factible instaurar la alegría por decreto revela tan alto grado de ignorancia, tanta estupidez entronizada, que hiela, a poco que aún piensen, la sangre de sus sufridores. En la patria más populista de Latinoamérica, con una inflación gigantesca, con la capital más violenta del continente, con hambre, carencias y penuria en las calles, el capitán de la nave se entretiene en experimentos de ingeniería social, en renombrar a su capricho e interés la inadmisible miseria que administra.

Felizonia se llamaba el planeta que, en un capítulo de Los Simpson, prometía el astuto y estafador líder de Los Movimientarios. Ni el genial Groening hubiera podido sospechar que su metafórico y corrosivo sarcasmo iba a encontrar tan rápido y cumplido reflejo en nuestra mismísima y cada vez más absurda realidad.

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