Esto no ha hecho más que empezar. La huelga y las movilizaciones del pasado 8 de marzo fueron la culminación de un proceso de concienciación sobre la injusta desigualdad de las mujeres pero también el inicio de una nueva etapa reivindicativa más profunda. Este satisfecho mundo occidental, donde parecía que la tranquilidad era uno de sus logros estables, se ha encontrado con la revolución feminista que pretende alterar situaciones de desigualdad a las que nos habíamos acostumbrado, extendiendo sus reivindicaciones a todos los campos de la actividad humana. Se trata de pasar de la igualdad formal, ya conseguida en muchos países, a la igualdad real que todavía está lejos de alcanzarse. Estamos todavía en el inicio de la más importante y profunda transformación de los comportamientos políticos, sociales, laborales y económicos de esta acomodada sociedad. Y en España, que hace menos de medio siglo ni existía tan siquiera la apariencia formal de igualdad, los cambios que se avecinan y que estamos viviendo, suponen la más llamativa de las transformaciones sociales.

Ante este trascendente fenómeno la derecha española ha reaccionado con su habitual torpeza. El desfile de declaraciones lamentables de muchos de sus representantes es una clara demostración de su desconcierto; es el impulso conservador tan expresivo del ADN de este sector político. Ni cuando se implantó el divorcio, ni cuando se promovió el uso del preservativo -póntelo/pónselo- ni cuando se legalizó el aborto ni cuando se aprobó el matrimonio homosexual supieron entender los cambios sociales que se estaban produciendo, oponiéndose a unos criterios que al final tuvieron que aceptar. Ahora sus frágiles argumentos de oposición son de nuevo expresión de su confusión, acusando de oportunismo y politización a un movimiento y a una huelga que tiene carácter universal. Pero también desde algún sector de la izquierda estética se ponen sutiles reparos al movimiento feminista aprovechando algunos excesos y exageraciones lingüísticas, sin pensar que esos mismos excesos son parte de la lucha por la visualización de las mujeres, aunque a veces no respeten la ortodoxia lingüística. Es evidente que la lucha por la igualdad de las mujeres, que no se inició la semana pasada, participa de la fuerza de cualquier revolución que trata de alterar en profundidad un estatus en el que algunos se encontraban instalados. La conquista de la igualdad para las mujeres no está siendo fácil y se necesitará para conseguirlo de la fuerza y compromiso de todas y todos.

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