El curso llega a su fin, terminó, otro más. El curso escolar, que marca la vida de tantos padres y alumnos y que, para muchas familias, es una especie de calendario apócrifo. Y es que hoy, en cierto modo, acaba el año más que si fuese 31 de diciembre. Porque esta fecha tiene algo de frontera entre lo ordinario y lo excepcional. Hasta aquí 2017 fue la rutina para los chicos y ahora comienza lo distinto, lo menos habitual, lo raro. Cualquiera, sea padre o no, recuerda esta fecha de su propia infancia y guarda cariño de aquellos días. Las notas finales, con sus alegrías y sus penas, y el término de los insufribles madrugones, al menos para alguien como yo que nació búho y búho morirá. Esas despedidas de los profesores a los que apodábamos de tal o cual modo pero a los que ahora, salvo raras excepciones, recordamos con cariño y saludamos con alegría si tenemos la fortuna de que aún vivan. A ellos, a los docentes, sólo queda darles las gracias, porque aunque haya alguno malo la mayoría es gente excepcional, vocacional y paciente. Lo digo por la seño Montse y por el profesor Javier, que han sido los dos docentes que han tratado de domar a la fierecilla de mi hijo en lo que lleva de vida. Pero también de mis profesores, de mi doña Carmen y mi don Eusebio, de mi don José Antonio y mi doña Claudia, de mi inolvidable Antonio Regalón, que en paz descanse, y de mi Paco Casasola. Por supuesto, también, de mi madre, que nunca fue mi profesora aunque se tiró largos años dándole lustre a la tiza y al encerado. De todos ellos hablo, de los que suyos también, porque cada uno tenemos nuestro santoral docente, gente a la que debemos casi todo aunque a menudo nos cueste reconocerlo. Y a los chicos, a esa turba chillona y vitalista, tan sólo queda aquí desearles que el verano sea una aventura . Una aventura que no sucede en lejanas selvas, sino en piscinas municipales y en bibliotecas, en casas de amigos y en playas malagueñas, onubenses o gaditanas. Aquí cerca está mi memoria de eso, pero tan lejos ya. Inolvidables en cualquier caso del mismo modo que lo serán estas vacaciones que empiezan para toda la chiquillería. En el silencio infrecuente de los colegios quedará guardada la memoria de toda esa vida que durante el otoño, el invierno y la primavera sucedió. La tabla del seis y el sujeto, verbo y predicado. La vida que se nos escapa. Feliz verano en fin a toda la comunidad escolar porque se lo merece. Aquí, en el presente, sólo se puede desear un buen descanso a todo eso que no es otra cosa que el futuro que vendrá. Porque en los niños que hoy van camino de sus casas viaja nuestro mañana , nuestra democracia y nuestra libertad.

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