Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

Firmas tontas

El activismo de sofá que propician las redes sociales convierte cualquier enajenación en una causa

En esto que va un nota -porque es de nota en al menos dos de las acepciones del término- y emprende en la plataforma change.org una campaña de recogida de firmas pidiendo que se repita el partido del Barça y el PSG de la Champions que acabó 6-1 y con el equipo catalán clasificado porque, sostiene el nota, el árbitro influyó decisivamente en el resultado. Bien. Una gilipollez. Otra más.

Imagino al nota la misma noche del partido, insomne en la cama, presa de un empute mayúsculo acompañado de sudoración y palpitaciones diciéndose a sí mismo: "Tengo que hacer algo, tengo que hacer algo, esto no puede quedar así". Hasta que en plena madrugada se le enciende la bombilla de la recolección de firmas. "Lo tengo, se van a enterar esos polacos". Al parecer el nota es madridista, claro. Ojo, en esta historieta es un dato clave, pero no exclusivo. La sociopatía futbolera está muy extendida: es blanca, blaugrana, rojiblanca, blanquirroja, verdiblanca, amarilla, blanquiazul, rosa, celeste... y registra ya niveles para los que hay que utilizar la escala Richter. Por menos no se mide.

El asunto -lo de las firmas- no merecería la más mínima mención si no fuera porque es otra muestra más de ese fenómeno que ha echado raíces y que consiste en presentar arropados con el disfraz -cada vez más usado y sucio- de la democracia movimientos y reivindicaciones con un interés general nulo y que sólo afectan e importan -y lo dicho, parece que quitan el sueño- al 0,0001% de la población. En la cada vez más lejana juventud uno recuerda a tipos que, en su desesperación, se encadenaban a una farola o se apostaban en la puerta de alguna institución protestando contra lo que consideraban una injusticia o reclamando para sí un derecho que creían vulnerado. Pero ahora, el activismo de sofá que propician las redes sociales permite a todo nota que se precie convertir su enajenación en una causa y combinar el cliqueo del ratón con el sorbo a un escocés de doce años lejos de las inclemencias de la calle. Y con el poder vírico de internet -¿acaso hay algo más democrático que una bacteria?- el nota, instalado en el confort, infecta a unos cuantos memos con su estúpida indignación.

Sí, les dice que el mundo -incluso la vida- es una mierda. Y más de una noche, al final del día, es cierto que lo es. Es una inmensa mierda. Pero pedir firmas para una gilipollez disfrazado de justiciero no va a hacer que huela a rosas. Bueno, igual la del nota y sus firmantes, sí. Será eso.

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