Cuchillo sin filo

Francisco Correal

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Francamente

Para hallar esa animadversión hacia la Monarquía habría que remontarse a la extrema derecha de hace 40 años

Franco ha muerto. Un día y 41 años, pero culturalmente Franco llevaba muerto mucho tiempo. Basta con ver la cartelera teatral de aquella noche del 20 de noviembre de 1975 en Madrid. La de aquel día de 24 horas que ponía fin a una noche de cuarenta años. En los teatros de Madrid estaban Manolo Escobar, Florinda Chico, Lina Morgan, Alfonso del Real, Manolo Gómez Bur, Pedro Osinaga y Tony Leblanc, pero también Alberto Closas, Luis Prendes, José Bódalo, Berta Riaza, José Luis Pellicena o José Luis López Vázquez. Actores cómicos y dramáticos. Teatro de Alfonso Paso, pero también de Alfred Jarry, Alejandro Casona o Bertolt Brecht, éste interpretado por José Luis Gómez en La resistible ascensión de Arturo Ui en versión de Camilo José Cela. Sonaban los musicales Jesucristo Superstar y Hair, la picardía de Bárbara Rey, Rosa Valenty encarnando a Marilyn Monroe o Perla Cristal. Cuatro décadas y un día después, con más años de los que tenía Franco cuando murió, sigue en activo Arturo Fernández, que entonces con su propia compañía encabezaba el reparto de Sencillamente un burgués y ahora interpreta a un cura en Enfrentados.

Franco estaba muerto culturalmente, pero ahora algunos están empeñados en resucitarlo. Mientras que Obama elige Berlín como cuartel general de su despedida de la Casa Blanca en vísperas del centenario de la declaración de guerra de Estados Unidos a Alemania, aquí seguimos enfrascados en las guerras de nuestros antepasados, con licencia literaria de Miguel Delibes. Habría que remontarse a esos días en los que Camilo Sesto era Jesucristo y Ángela Carrasco María Magdalena para encontrar una animadversión hacia la Monarquía parlamentaria, procedente entonces de la extrema derecha, comparable a los feos de que la Corona ha sido objeto por parte de la nueva vieja izquierda en el acto de apertura de la nueva legislatura.

Es como si al tardofranquismo de aquellos nostálgicos retrógrados le correspondiera casi medio siglo después el estrambote de un tardoantifranquismo pasado de revoluciones, nunca mejor dicho. En ambos casos la afrenta procede de una supuesta traición de quienes arroparon la restauración borbónica, unos por marginar a los que ganaron la guerra, otros por ningunear a los que la perdieron. La guerra de nuestros antepasados.

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