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José Asenjo / Jasenjo@malagahoy.es

Freud y el rey

COINCIDIENDO con la terminación del año se ha disuelto el parlamento. Estamos pues en tiempo de balances; el jefe del Gobierno y el de la oposición han hecho los suyos respectivamente, coincidiendo ambos en ser extremadamente indulgentes con sus propios errores. Contrasta su resistencia a la autocrítica, con la pericia que han exhibido en estos años para ver la viga en el ojo ajeno. Probablemente les ha sucedido algo que pronosticó Freud: "Los hombres viven, en general, el presente con una cierta ingenuidad; esto es, sin poder llegar a valorar exactamente sus contenidos". La cita describe sabiamente algo que, si bien nos suele ocurrir, no es buen síntoma que les suceda a los representantes públicos dado su protagonismo en dichos contenidos. Quizá por eso el Rey, que no sé si es freudiano, les ha vuelto a recordar que deben pactar los grandes asuntos de Estado. La alocución real, como siempre, ha motivado comentarios diversos. Un conocido analista político de la prensa socialdemócrata -que diría Arcadi Espada- las ha criticado, argumentando que la confrontación política es lógica en una democracia consolidada, mientras que la apelación al consenso es propia de periodos excepcionales, como lo fue transición. Es obvio que el enfrentamiento partidario es consustancial a la democracia y que la discrepancia lo es al pluralismo. El problema es cuando la confrontación, en lugar de ser instrumental, se convierte en un fin en sí misma y el debate de ideas se degrada hasta transformarse en lucha sectaria. Lo cierto es que el alto grado de contaminación política que hemos sufrido estos años, lejos de ser una consecuencia de la normalización democrática de nuestro país, habría que interpretarlo como una prueba evidente de las insuficiencias del sistema político gestado en la transición. Aunque el origen del desapacible ambiente actual hay que buscarlo en la primera mitad de la década de los noventa, cuando se introdujo la práctica -probablemente importada por el PP de Aznar de los think-thank más conservadores de EEUU- para combatir al Gobierno de Felipe González, de imponer la dialéctica amigo-enemigo en el debate político de nuestro país.

La otra cuestión que sugiere las palabras del Rey es si es justo tratar, de forma equidistante, a todos por el mismo rasero, como si socialistas y populares tuviesen el mismo grado de responsabilidad en el clima de ruptura que hemos vivido. Me apresuro a decir que yo considero que el PP tiene la mayor parte de culpa en lo ocurrido. Pero es evidente que alguien del PP diría justamente lo contrario. Y si se analizan los hechos con objetividad arbitral, probablemente se llegaría a la conclusión de que ambos tenemos parte de razón, o lo que es lo mismo: nadie tiene toda la razón en este debate. Esta conclusión debería estar presente en la campaña electoral que nos acompañará los próximos meses. Aprovecho para expresarles a todos ustedes mis mejores deseos para 2008.

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