Gafas de cerca

josé Ignacio / Rufino

Gates y Koplovitz

QUE uno sea magnate no elimina la posibilidad de que a la vez sea un cretino, o que, en el estado de levitación y autocomplecencia que provoca la sumisión y las orejas abiertas a tu alrededor, acabe diciendo simplezas que quedan para los anales de la historia y también para los socorridos libros de citas. Rockefeller, por ejemplo, estableció una regla para jugar en bolsa: "Cuando veo que mi chófer compra acciones, yo vendo, y cuando veo que él vende, yo compro". Probablemente su receta era otra e incluía ingredientes más refinados, como la creación de rumores y tendencias para que las sigan los chóferes incautos. Por no hablar del manejo de una información fetén y exclusiva, esa que no hay quien la encuentre en las páginas salmón. Hay veces, cuando el sistema tiembla, que el inversor con músculo financiero debe sólo esperar, como espera un oso en la parte alta del río a que los salmones lleguen extenuados a una charca donde, después de desovar, formarán parte de la despensa viva del oso, que se rasca la testa dubitatitvo frente a ella: "Éste..., no, no. Me comeré este otro". En España hemos asistido felices a la inversión de Bill Gates en FCC, gran compañía constructora española cuya mayor propietaria es Esther Koplovitz. El creador de Microsofot, una de las grandes fortunas del mundo, que además gestiona buena parte del dinero de otro gran Tío Gilito, Warren Buffett, da un espaldarazo a nuestras empresas y, según se proclama como quien entona un aleluya, a nuestra economía en pleno proceso de resurrección (desde hace unas dos semanas). Que Bill Gates tenga intereses en España es muy bueno, y sobre todo para FCC, a quien urgía recapitalizarse, y para el propio Gates. Y da color y credibilidad a la economía española. Algo de color. No exageremos. La compra de Gates es un indicador descarnado de nuestra devaluación interna: en enero de 2008, una acción de FCC se compraba y vendía a unos 51 euros. El fabuloso paquetón -quizá a Bill le sobraría el aumentativo- ha sido comprado ahora a unos 14 euros la acción. En estos cinco años larguísimos de cuesta abajo y cambio profundo, un referente del sector más vinculado a la burbuja se ha devaluado casi un 70%. Uno hace cálculos, y se resiste a aceptar que el ladrillo de casa, empapelado por los billetes de los ahorros pasados y futuros, se haya depreciado tanto. Pero, en fin, no queda sino esperar que ahora, poco a poco, recuperemos alguna talla de pantalón, porque ya no podemos abrirle más agujeros al cinturón. No hay piel que resista tanto.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios