la tribuna

José Rosado Ruiz / Médico especializado en Drogodependencia

Génesis de una prostitución forzada

CON poco más de 17 años, Ana apenas tenía conciencia de cómo se inició la historia. Recuerda que fue en la fiesta de cumpleaños de un amigo, cuando después de tomar algunas bebidas y en un ambiente familiar y rodeadas de caras conocidas, y casi como una rutina asociado al protocolo festivo, participó en la rueda del porro y la timidez que sentía se transformó en una desinhibición que le facilitó la comunicación con todos los que le rodeaban. Pero fue de madrugada, y con un cierto cansancio acumulado, cuando el amigo la invitó a la cocaína que había conseguido y, ante su insistencia y la ausencia de razones para "¿por qué no probar?", decidió consumir. El estado de conciencia fue positivo: la alegría y la euforia anularon miedos, inseguridades y cansancios, y la hizo vivir un rato de fuerza y libertad interior que nunca había experimentado. Al llegar a su casa por la mañana del sábado, durmió plácidamente hasta bien entrada la tarde.

La semana transcurrió con absoluta normalidad, pero planteando la salida del viernes, se le vino a la mente la experiencia vivida y la memoria emocional gratificante se hizo protagonista de sus pensamientos: se sorprendió recreándose en ella y estableciendo un diálogo interior en el que la pregunta "¿por qué no repetir?" no encontró argumentos negativos. Así que, con la idea aceptada de un posible consumo, que ya por sus efectos estaba discernido como beneficioso, sólo faltaba la ocasión para ponerla en práctica.

En las drogodependencias, el primer consumo se identifica muchas veces con el inicio de la enfermedad que, como no es autolimitada, tiende a desarrollarse hasta su periodo de estado. Pero existe un silencio clínico, que es un tiempo en que los síntomas de la enfermedad están ausentes, pues la droga se encuentra trabajando los mecanismo cerebrales y, sólo cuando ella consigue hacerse protagonista de los "pensamientos, palabras y obras" de la persona es cuando "da la cara". Por eso Ana se encontraba perfectamente y sin señales que le hicieran sospechar que estaba en un camino peligroso. Los consumos pasaron de esporádicos a periódicos y el cerebro, de manera gradual, iba tolerando la droga, por lo que cada vez solicitaba el aumento de dosis que le conducía a una dependencia para poder funcionar. Si por cualquier razón, la dosis no llega o era insuficiente, la protesta, que define el síndrome de abstinencia, se hacía presente, y las sensaciones desagradables cautivaban física y psíquicamente a Ana. En este contexto, el conseguir la droga estrechaba cualquier otra motivación conductual y esta intencionalidad hipotecaba su mente.

Ana vivió algunos monos y, con el miedo de volver a padecerlo, y la imaginación aumentando los dolores, escalofríos y vómitos, conformó un cuadro, con categoría de "obsesión obsesiva", que obligaba permanentemente a su conducta para que no le faltara la dosis. Las dificultades económicas no tardaron en aparecer y la sugerencia de un camello para que utilizara su cuerpo para ganarse la vida, aunque inicialmente rechazada de plano, tomó cuerpo en su cabeza. Después de muchas dudas e intentos fallidos, un día difícil y con una persona de su entorno decidió tener sexo por dinero; la experiencia no fue del todo traumática. Al principio incluso seleccionaba sutilmente al cliente, pero estimulada por la inmediatez y facilidad del dinero, los ascos empezaron a relativizarse y le fue tomando el pulso a esa manera de vivir. La asociación del desorden funcional cerebral que la droga provoca, el caos afectivo y emocional de ese estilo de vida y el objetivo de un consumo considerado como necesario, la iba esclavizando de dentro hacia fuera. La oscuridad y las sombras se adueñaban de sus sueños y pensamientos y el mismo contenido de su conciencia se rellenaba de tristezas y pesimismos; su mundo interior, que es la verdadera realidad de toda persona, se encontraba perversamente tocado y la desorientación protagonizaba su vida: se encontraba perdida sin saber hacia dónde dirigirse ni a quién.

En muchas ocasiones, y como pidiendo auxilio a la esperanza, personas en estas situaciones solicitan ayuda profesional y el objetivo terapéutico no consiste sólo en desintoxicar a esa persona, tarea no difícil, sino, de manera prioritaria, trabajar en la recuperación de su mundo afectivo y emocional que permite la normalización funcional cerebral, labor singularmente atrayente y que ofrece la mejor garantía de rehabilitación.

Claro que el único tratamiento eficaz es la prevención, por lo que es necesario que nadie se extrañe del problema y asuma el compromiso de una conducta activa para controlar los factores de riesgo y conseguir eliminar el consumo no terapéutico de las drogas.

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