Hay historias que marcan, personas que te impactan y sonrisas que te llenan el alma. Con Pablo Ráez me han pasado las tres cosas. Ya sé que desde que murió, son miles las personas que han querido honrar su recuerdo con palabras de agradecimiento y cariño por el valioso legado vital que nos ha dejado y que quizás llego tarde. Pero sentía la necesidad de rendirle mi pequeño homenaje aprovechando este espacio y, sobre todo, de darle las gracias por todo lo que he aprendido de él. Nunca lo conocí en persona. Supe de él como la mayoría a través de las redes sociales, primero, y los medios de comunicación, después. Me he quedado con esa espinita de ver su radiante sonrisa de frente, esa que tengo grabada a fuego y esa en la que pienso cuando el más absurdo pensamiento o nimia preocupación del día a día trata de borrarme la mía. La magia que irradiaba Pablo en su mirada y en su sonrisa hacían que uno sintiera algo especial por él. La inocencia, la naturalidad, la alegría y las ganas de vivir que transmitía, a pesar del calvario por el que ha pasado, me infundían paradójicamente un positivismo que incluso me resulta difícil explicar. Es curioso que un chaval de apenas 20 años, que ha luchado los dos últimos con todas sus ganas contra la leucemia, haya hecho que me de cuenta de tantas cosas sin ni siquiera hablar con él. Su energía y su manera valiente de afrontar la vida me fueron cautivando poco a poco hasta sin apenas darme cuenta adentrarse en lo más profundo de mi yo y hacer tambalear la estructura vital que he forjado creyendo sólida durante muchos años. Ni siquiera sé por qué, porque la realidad es que Pablo Ráez no ha dicho nada que no supiéramos en la teoría la mayoría de nosotros. Disfruta del presente, valora las cosas realmente importantes, sé feliz por encima de todo, la vida es un regalo... Nada que en realidad no hayamos pensado alguna vez. Pero lo que Pablo Ráez ha conseguido es darle sentido a todos esos principios filosóficos básicos y llevarlos a la práctica de la manera más sincera que he visto nunca. Me ha dado tal bofetada de realidad que, aunque aún en estado de shock, empiezo a darme cuenta de lo mucho que tengo que agradecerle. Ha removido conciencias y nos ha dado tal lección a todos que ahora, sin su presencia, sin sus lemas tan reconfortantes y positivos y, sobre todo, sin su sonrisa, es como si nos hubiera dejado vacíos. Lo que has hecho Pablo jamás podré olvidarlo. Te has ido de la manera más injusta, pero tu legado siempre me acompañará. Vive la vida y sé feliz ahora más que nunca. Gracias Pablo.

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