Cuchillo sin filo

Francisco Correal

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Grammy

Alejandro Sanz premiado en América; el peruano Benavides y el nicaragüense Sergio Ramírez en España

Titanes. Detrás de los ganadores de los premios Grammy uno se imagina a unos titanes, los que urdieron la fuerza y el empuje de una lengua para abrirse paso en los confines más lejanos del mundo conocido. Nada más ajeno a mis gustos que los grupos y cantantes que cada año salen a recoger los premios para la música latina. En la última ceremonia me pareció oír entre los premiados a Juanes, Shakira, que no acudió por un problema con las cuerdas vocales, y Alejandro Sanz recibía los parabienes de todos por haber sido proclamado Persona del Año. A ver si alguna vez se proclama el Año de la Persona. El mestizaje ha generado una música pegadiza, un seísmo de préstamos lingüísticos y una capacidad sin límite de adaptación. Una supervivencia entre gigantes tecnológicos, tendencia al minimalismo gramatical y gusto creciente por la zafiedad. Pero tenemos una lengua muy larga, como con tanto acierto tituló su libro Lola Pons. Para mí una de las personas del año, porque hay que tener mucho valor y talento para convertir un libro sobre sintaxis, sinonimia y semiótica en un best-seller que ya va por la cuarta edición.

Detrás de esos cantantes está la gesta de aquellos astronautas mesetarios que hicieron del océano una prolongación del pilón. Pastores, porqueros y excedentes de la gañanía que se dejaron de melindres y se fueron con lo puesto. Después le llamaron imperio, colonización, descubrimiento. Se escribieron páginas luminosas y muchas tonterías. Ese alarde anónimo es la génesis de los derechos de autor del merengue, la salsa o el vallenato. Lejos de las estériles soflamas patrióticas de la Madre Patria, han sido algunos hispanistas ingleses los que mejor han ponderado el legado español en América. Hugh Thomas, que se adentró en las historias de Cuba y de México, escribió en su libro sobre Felipe II que el mestizaje fue la mayor aportación que hizo España en aquellas tierras.

Lo de los Grammy es una metáfora de un idioma cuya fuerza quiere frenar Donald Trump con un muro. Las palabras son como el mercurio, se escapan del carcelero como se libraron del inquisidor o del censor. Les sacan la lengua. Un idioma que tiende puentes para que el nicaragüense Sergio Ramírez gane el premio Cervantes o el peruano Jorge Eduardo Benavides, ahora que su país ha vuelto a un Mundial de fútbol 32 años después, gane en Cádiz el Fernando Quiñones de Novela.

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