SEGÚN el sondeo publicado el pasado domingo por este periódico, la mayoría de los malagueños se muestran satisfechos con el actual gobierno municipal y con la mayor parte de los proyectos impulsados por el mismo durante los últimos cuatro años. Esto de las encuestas se parece a los oráculos clásicos: los portavoces se acercan a la masa de votantes, los que tendrán la última palabra el día de las elecciones, y les piden un anticipo, una pista acerca de por dónde irán los tiros, con el fin de que los candidatos sepan a qué atenerse. Pero el dictamen emitido por el anatema no debe tomarse al pie de la letra, sino en plan críptico: después toca descifrarlo, resolver las claves que van desde la muestra representativa hasta el electorado completo para, finalmente, dilucidar el contenido del mensaje en su integridad. La utilidad de las encuestas, especialmente para los aspirantes, está fuera de toda duda: la impresión que los alcaldables pueden llevarse en los mítines y las visitas a los barrios, donde todo son sonrisas y brazos abiertos, va a ir siempre en la dirección equivocada. El sondeo aséptico y anónimo se aproxima más a la verdadera intención, pero este sentido práctico entraña una peculiar idea de la democracia: cuando se le pregunta al ciudadano por el presunto contenido de su voto se le está preguntando por qué opción prefiere para ser gobernado, porque se da por hecho que el ciudadano no gobierna. Las encuestas presentan a los votantes las mismas opciones que van a encontrar en la mesa electoral, y a eso se reducen sus posibilidades de participación. La sensación, además, de que ya todo está guisado y de que en el fondo da igual lo que uno vote es palpable, así que la capacidad de decisión que se supone es más bien limitada. Sería bueno que las encuestas permitieran incluir algunos peros, también para valorar proyectos, ya que en la política municipal la atención a la objeción debería ser materia obligada. Un oráculo cada cuatro años suena a parodia.