El pasado viernes estuve en Madrid y pude comprobar el éxito de la fiesta mundial del orgullo gay. Calles abarrotadas, las instituciones y los comercios con banderas arco iris, escenarios para espectáculos... hasta los medios de comunicación apoyaron el fenómeno con colores en sus cabeceras en las redes sociales. Madrid se volcó y supongo que les habrá dejado buenos ingresos en sus arcas. Turistas agradecidos que suelen tener un alto poder adquisitivo y que seguro que repetirán en esta o en otra ciudad de España.

El colectivo homosexual ha sido, sin duda, uno de los más castigados en las últimas décadas a escala mundial. Vilipendiados, humillados y habitual objeto de mofa, han sufrido en sus carnes el rechazo de buena parte de la sociedad tanto a escala personal como profesional y este tipo de actos que reivindican su condición sexual sin temor a nada, expresándolo de forma libre, son un avance. Me alegro por esa libertad -que millones de personas han tenido que reprimir durante años y que en pleno siglo XXI muchas lo siguen haciendo-, aunque me fui con cierta sensación de tristeza porque estoy harto de las etiquetas en todos los campos de la vida. Gay o hetero; de derechas o de izquierdas; pijo o perroflauta, cristiano, musulmán, judío, ateo; etcétera. El mundo se ha construido desde la diferencia, desde el enfrentamiento entre unos y otros y eso ha provocado centenares de millones de muertes a lo largo de la Historia con la religión, un territorio, una idea política o cualquier otra causa como excusa para que algunos sacien sus ganas de hacer daño a los demás, la mayoría por ser unos psicópatas que han tirado de otros más débiles.

Ojalá llegue el día en el que no haya que celebrar el día del orgullo ni de nada especial, en el que simplemente todas las personas hagamos con nuestras vidas y nuestros cuerpos lo que nos apetezca siempre que no afectemos a otras, en el que prevalezca el respeto hacia posiciones que puedan ser contrarias, en el que todos seamos simplemente personas y en el que las etiquetas -que en muchos casos proceden de envidias y de escasa capacidad para desarrollar cosas por uno mismo, se reduzcan a un nombre en el Facebook.

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