La ciudad y los días

carlos / colón

Holandeses en Roma

HAY países que son un misterio por la coexistencia en ellos de civismo y barbarie, progreso y crueldad, defensa de los derechos humanos y manifestación de algunas de las más brutalmente refinadas formas de la violencia moderna. Los que forman ese trozo contiguo de Europa integrado por Bélgica, Países Bajos y Alemania se distinguen especialmente por presentar estos contrastes. El país que esté libre de culpas que tire la primera piedra, desde luego, pero pocos pueden presumir de tener en su historia reciente borrones como el genocidio belga en el Congo y el genocidio judío y gitano perpetrado por la Alemania nazi. Ambos sucedidos, no en lo remoto de los tiempos, sino en el umbral del siglo XX o su mitad: los belgas entre 1885 y 1908, y los alemanes entre 1933 y 1945. En Europa Occidental ellos se llevan la palma. Holanda fue más "moderada": chiquita pero matona, fue la mayor traficante mundial de esclavos, junto a Inglaterra y Francia, y una potencia de la piratería más legendariamente cruel a través de la Compañía Neerlandesa de las Indias Occidentales.

¿Y esto a qué viene? A lo de la batalla campal montada por los hinchas holandeses en Roma. Escenario de sus brutales fechorías fueron Campo dei Fiori, Villa Borghese, la escalinata de la Trinitá dei Monti y muy especialmente la aledaña y bellísima plaza de España, que dejaron destrozada dañando incluso la fuente de la Barcaccia de Pietro y Gian Lorenzo Bernini. "Roma ha sido devastada y herida", dijo el alcalde la ciudad que esperemos logre ser, si no eterna, al menos duradera en su asombrosa belleza.

¿Y no exagera usted al vincular estos hechos con tan graves precedentes, cuando tienen que ver con la basura blanca de los ultras que infecta toda Europa con pretexto futbolístico o político, como demuestran los sucesos del Manzanares o los de Gamonal? Hombre, un poco de exageración hay, como si estuviéramos en un casino o un café galdosiano en el que disputan francófilos o anglófilos con germanófilos. Manías, tópicos, preferencias… Ya se sabe, disputas de café que a veces terminaban con un bofetón o un bastonazo.

Pero… Con esto pasa como con las meigas gallegas: "haberlas, aylas". Y la moderna irrupción de la barbarie -porque no estamos hablando de lo remoto, sino de lo próximo- en países que han sido focos del pensamiento y el arte, del progreso y los avances sociales, no deja de ser una cuestión perturbadora.

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