Calle Larios

pablo Bujalance /

Y la Humanidad

HARÁ ya unos 15 años conocí en Málaga a un profesor de ingeniería de una universidad ucraniana. Había solicitado en dos ocasiones el asilo político, sin éxito, y esperaba la resolución de la tercera petición. En una ocasión, cuando ejercía aún la docencia, los alumnos de su clase se enzarzaron en un debate algo brusco sobre la relación entre Ucrania y Rusia, y él se atrevió a expresar su opinión. Como consecuencia inmediata, empezó a recibir amenazas. Y las amenazas no tardaron en convertirse en agresiones. Al principio, de carácter leve: un pinchazo en un neumático de su coche, una pintada en la que su nombre figuraba en el centro de una mirilla telescópica, al estilo etarra. Pero las sanciones fueron a más: invasiones brutales de su despacho y de su casa, algún tortazo por aquí, un golpe en el estómago por allá. El hombre, que no debía tener más de treinta años cuando lo conocí, denunció los hechos a las autoridades; pero éstas, sabedoras, al parecer, del pie del que cojeaba, se negaron a facilitarle la seguridad que pedía. Finalmente, sucedió lo inevitable: cuatro o cinco tipos le esperaron una noche a la salida de la facultad y le propinaron una paliza que casi acabó con su vida. Un compañero, jugándose el pellejo, lo recogió y se dispuso a llevarlo al hospital. Pero el hombre le pidió que lo trasladara antes a casa de su padre. Y allí, pidió a su padre que le hiciera fotos de todas y cada una de las heridas abiertas. Cuando le conocí, llevaba esas fotos en una carpeta. Quería demostrar que su miedo a volver a su país tenía motivos fundados. Decidió refugiarse en la Costa del Sol porque dominaba cuatro idiomas y pensaba que podría abrirse camino en la industria turística. La tercera petición fue denegada. Y no volví a saber de él.

Esta semana, Amnistía Internacional ha publicado su nuevo informe anual. Y, además de denunciar las salvajadas del Estado Islámico, un argumento que Occidente comparte complacido, la organización ha llamado la atención al Gobierno de España por su promulgación de las devoluciones en caliente en Melilla y por vulnerar el derecho internacional en lo que se refiere al asilo político. Y aquí, ya no está tanta gente de acuerdo. Consultando foros, comentarios de noticias digitales y otras bocas de lobo, comprendo que, al fin, la ciudadanía ha vinculado definitivamente la figura del inmigrante y la del refugiado con la del delincuente. Aunque sean africanos que huyen de las matanzas yihadistas: son extranjeros, ergo, son delincuentes. Aquel hombre me decía que muchos lo tomaban por rumano y eso le complicaba las cosas. Ya saben: por Andalucía, España y la Humanidad.

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