La tribuna

antonio Porras Nadales

Ideologías y guarradas

LA ocurrencia que tuvieron hace tiempo algunos cándidos pensadores conservadores de predicar una cosa tan ridícula como el "ocaso de las ideologías" suscitó una respuesta que empezó a crecer como una bola de nieve. Y así frente a tal pretensión comenzó a prevalecer la contraria; es decir, la posición progresista según la cual todo resulta ser en definitiva la expresión de una determinada ideología.

El balance de esta polémica resulta, al final, muy claro: desde entonces parece que toda actuación, todo gesto, toda imagen, estará impregnada de un inevitable (y respetable) componente ideológico. Y por lo tanto, dotada al mismo tiempo de un elemento, en el fondo, de tipo algo provocador. Así que fuera disimulos, especialmente cuando, como en la actualidad, vivimos en plena civilización de la imagen. Quien pretenda afirmar la existencia de valores universales y compartidos, situados por encima de toda dualidad ideológica, será condenado vergonzantemente como un sospechoso de conservadurismo.

De modo que ya lo sabemos: nada de principios generales asumidos por todos, nada de valores propios de la civilización humana, nada de buena educación y hábitos de cortesía, nada de consensos o valores superiores más allá de la recurrente lógica izquierda y derecha; y, sobre todo, nada de cohibirse al servicio de las buenas costumbres. Como las bandas de monos que se enfrentaban entre árbol y árbol, así seguimos los seres humanos al cabo de milenios, atizándonos con la estaca ideológica. Ni siquiera valen ya consideraciones de higiene o de sanidad pública: hasta vacunar o no vacunar a los niños podrá constituir un acto de plena libertad ideológica, con independencia de los riesgos para la salud pública. Y así continuamos.

Una tía meando en medio de la calle: a cualquiera podría parecerle no sólo una grosería injustificable sino una auténtica guarrada (a saber el guantazo que le habría dado su madre). Pero no, ahora resulta que es una cuestión ideológica. E incluso más, una expresión no sólo de libertad política sino también de tipo "artístico". Es algo que, a poco que se piense, resulta evidente: hasta el propio Rafael Alberti había dedicado un poema a las meadas en las calles de la ciudad de Roma. Una tía meando en mitad de la calle puede ser entonces una expresión de actitudes artísticas posavanzadas que no sólo hay que respetar sino que, adicionalmente, hay que admirar. O sea, como una auténtica obra de arte. La de la gran artista Águeda Bañón, jefa de prensa del Ayuntamiento de Barcelona.

Al tratarse de una actitud democrática posavanzada, cabe sospechar que el contenido artístico-ideológico parece inherente a la condición femenina de la autora: o sea, que una meada de un tío no sería interpretable bajo los mismos cánones. Hay, o debe de haber, una inexorable lógica de género en el fenómeno (ya se sabe, hegemonía del patriarcado judeocristiano, falocracia occidental, etc.). Así que varones, abstenerse, porque semejante libertad de expresión artística sólo parece estar en las manos de minorías o de activistas privilegiadas.

A partir de ahí, una vez asimilado -y aceptado- el fenómeno en clave progresista, cabe suponer que nadie sería capaz de negarse a una expresión colectiva de tan espectacular "performance". No es nada complicado: pongamos por ejemplo un botellón donde varios miles de tías se pongan a mear en medio de la calle. Toda una auténtica apoteosis del arte colectivo, algo que ni Miguel Ángel ni Picasso pudieran haber llegado a imaginar nunca en su vida. Dado el considerable éxito que vienen teniendo los botellones en nuestra tierra, el envite parece evidente: siguiendo ese camino, y con un poco de suerte, podríamos llegar a convertirnos en la nueva Florencia de los Médicis del siglo XXI; o sea, un foco universal de proyección artística y centro motor de la libertad ideológica al nivel mundial. Los inconvenientes, en términos de apestamiento urbano, serían menores comparados con las ventajas.

Todo ello porque se trata de afirmar, frente a toda evidencia, que no existen ni deben existir valores universales y compartidos, criterios y usos de buena educación, o pautas de convivencia civilizada que al final no serían ni de derechas ni de izquierdas sino inherentes a la propia condición humana.

Ese respeto a toda actitud beligerante, esa visión positiva del enfrentamiento ideológico llevado hasta su máxima expresión es, en el fondo, el mismo espejo deformado que nos devuelven cotidianamente los activistas del ISIS ¿habrá algo más "ideológico" que cortar las cabezas de los enemigos? A veces parece que la humanidad civilizada cabalga imparable en su camino de regreso hacia los árboles.

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