Cenacheriland

Ignacio del Valle

Ingrata amabilidad

A veces barrunto que esa amnesia que afecta a la urbanidad tiene que ver con las prisas

Se echa de menos la gente que da los buenos días. Hasta en la oficina abundan los que ni siquiera responden. Enfrascados y encasquetados con auriculares en la productividad. Tal vez esté demodé eso de dar un gracias o solicitar las cosas por favor. Será la viejennial edad. La de mala educación. Algo habrá hecho mal la generación del 68, de la imaginación al comer y al sindicar. Y los que llegamos después con esas camadas de hardolescentes asilvestrados que dominan el zafio insultar.

Un gesto tan simple y tribal como un saludo o una despedida. Cuando te cruzas con alguien en un portal. Cuando te atienden en un comercio o un bebercio. En la cola del quiosco. Hay personas que no piden. Exigen. Como esos desesperados atrapados en la mendicidad agresiva. No se trata de ser tan cargante como los franceses plagados de mercis, los pregos de los italianos y esa distinción con la que a modo de modales desprecian ciertos ingleses.

A veces barrunto que esa amnesia que afecta a la urbanidad tiene que ver con las prisas. Con la íntima frustración y los quebrantos de cuenta corriente. Con el tiempo y la paciencia perdida. O tal vez sea que vocalizo muy mal. Incluso que profiero saludos dentro de mi calavera sin emitir sonido alguno ¿Será que no me escuchan? No me extraña, demasiada gente camina zombificada encorvada ante la pantalla del móvil. Pero me adoctrinaron en eso de saludar a las personas incluso a las que conoces de vista cuando te las encuentras de frente. Y la provinciana costumbre saludar a los empleados del servicio público que se curran la calle. Un buenos días, buenas tardes o noches. Un gesto con la mano que no siempre es respondido. Para ser meridionales de sangre hirviente, esa calidez, a veces, solo se encuentra en el efusivo saludo del inmigrante. La bienvenida latina de piña colada. La sonrisa del tercermundista que nos hemos quitado de encima en menos de una generación. Cuando pasamos del ser al tener. Máximo Gorki aludía que "un hombre alegre es siempre amable". La gentileza también se puede interpretar como traicionero servilismo. Así de ingrata se puede interpretar la amabilidad. Será porque en estos días caen gotas de barro. Cuando lluevan ranas ni le cuento.

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