Cuchillo sin filo

Francisco Correal

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Iniesta

Pedro y Pablo le dan la vuelta a San Juan: que un pueblo se vaya al garete si nos cargamos a Rajoy

Salvador Espriu es como Borges, Proust, Joyce o Nabokov. No le dieron el Nobel pero sigue estando en una de las cumbres de la literatura. Han hablado del poeta catalán, gerundense de Santa Coloma de Farners, en Cosmopoética, el mundo de la poesía según Córdoba. El otro día lo citaba Raúl del Pozo en la radio. Me impresionó un poemario, Semana Santa, que escribió a raíz de una visita que hizo con catorce años a la Semana Santa de Sevilla de 1929, y que le dedicó a una tía monja, Sor Isabel, que había muerto en 1918, "víctima de la gripe tildada inexacta e injustamente de española". En ese detalle familiar, Espriu desbarata tanto prejuicio enarbolado contra lo español.

Hay un poema de Espriu perteneciente a su libro La piel de toro que es una versión libre del Evangelio según San Juan que llevó al teatro Rafael Álvarez, El Brujo. El texto original, en boca de Caifás, el Sumo Sacerdote, es sobradamente conocido: "No comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo y que no perezca la nación entera". El poema de Espriu es categórico: "A veces es necesario y forzoso / que un hombre muera por un pueblo, / pero jamás ha de morir todo un pueblo / por un solo hombre".

Los Picapiedra han querido reescribir este poema. La ambigüedad de Pedro (Sánchez), la hipocresía de Pablo (Iglesias), queriéndose lavar las manos de Pilatos en la palangana de Barrabás, les ha llevado a insinuar que no importa que se vaya un pueblo a hacer puñetas si con ello se cargan a un solo hombre. Al objetivo de sus pesadillas y elucubraciones, Mariano Rajoy Brey. El hombre común, como dice alguien del presidente de la República Argentina al que interpreta Ricardo Darín en la película La cordillera.

En ese Crucifícalo se juntan la desobediencia moral de Pedro Sánchez a la analogía certera que Alfonso Guerra hizo de los golpismos de Tejero y Puigdemont y la argucia del blanco y radiante va Podemos con que Pablo Iglesias maquilla como rechazo simbólico de las banderas la tirria, la fobia hacia la bandera de España. Puigdemont ha reavivado el españolismo con el himno de un barcelonés adoptivo como Manolo Escobar, viaje a la inversa al de Juan Goytisolo desde Almería hasta Barcelona. El nuevo contrato de Iniesta ha coincidido con un metafórico nuevo gol del Mundial de Sudáfrica. Parece haber renovado la españolidad en todos los balcones y azoteas. El gol de Iniesta y el Nobel de Vargas Llosa fueron el mismo año.

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