Javier Valdez era un cronista excepcional, miembro destacado de la gran tradición latinoamericana. A sus 50 años, con su perilla, su rostro lustroso y moreno y su sombrero panamá, se había convertido en una referencia del periodismo en español, con varios libros tremendos sobre el narcotráfico en Sinaloa. Su periodismo tenía pues un poso de gran literatura, pero no de literatura estética sino de la literatura urgente y transformadora, la ética: la que está atenta al dolor de los hombres, a la sinrazón del mal y al anhelo de justicia. Nada que ver pues lo suyo con este periodismo que vivimos hoy en Occidente, volcado en el titularcillo efectista y la captación de tristes megustas en las redes. Porque Javier Valdez era un periodista de verdad y no una recreación de playmovil, de copiaypega. Por eso, por ser un periodista de verdad, valiente frente a los abusos y no complaciente con nadie, el pasado martes le descerrajaron casi una decena de disparos cuando salía de la redacción de su semanario, llamado Riodoce y radicado en la ciudad de Culiacán. Su cadáver quedó tendido en el suelo, en mitad de la calle, y alguien, algún policía o algún viandante, tuvo el caritativo gesto de colocarle su característico sombrero sobre el rostro. El propio Valdez ya había escrito al respecto que el crimen organizado iba a más y que las nuevas generaciones no sólo son sangrientas sino que además son exhibicionistas. O sea, que no sólo matan sino que se aprovechan de las redes sociales y las nuevas tecnologías para difundir sus tropelías y barbaries. El asesinato se transmite para aumentar el efecto de la intimidación y del terror. Las redes sociales convertidas, como ya sabemos por el Daesh, en aparato de propaganda. Muerto Valdez, sólo queda reivindicarlo como periodista y escritor, homenajearlo como se intenta en estas líneas, y esperar que sean otros valientes los que sigan luchando por convertir al maravilloso México en país pacífico, ajeno al narcotráfico y la violencia. También cabría esperar que las autoridades mexicanas capturen a sus asesinos, aunque eso parece improbable vistos los precedentes de los seis periodistas que han sido asesinados en México en lo que va de año. Al menos que no se sepulte la memoria de este periodista heroico, ejemplo de la profesión al que desde aquí, a miles de kilómetros de distancia, se le despide con rabia y admiración.

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