'Jolibud'

El cine son las películas, ni vida de actores ni trajes ni gaitas, y en el cocido de mi madre hay más glamour que en 'Jolibud'

Los Oscar tenían, cuando uno era un adolescente espinillero, atolondrado y feliz, un fulgor especial. Aficionado al cine por vía paterna y materna desde bien chico, me tragaba por las siestas el breve programa de cine que entonces emitía la Cadena Ser, y los meses de enero y febrero eran una sucesión de emociones a la espera de que llegase la gala, que uno no veía en la tele -no eran horas- pero que luego deglutía en el periódico o en la mítica revista Fotogramas. Eran los años de El silencio de los corderos, de La edad de la inocencia, de Sin perdón, de Uno de los nuestros, de Bailando con lobos, de Thelma&Louise, de El piano o de la estupenda Barton Fink de los Coen. Buenos tiempos no sé si para el cine pero si para uno, que inocentón y feliz asumía que la película premiada debía de ser la mejor del año y eso a pesar de que mi padre me advertía de que los Oscar eran mucho business y poco arte, más ruido que nueces, y que me recomendaba que me fijase mejor en Venecia, en la Seminci o en Cannes. Con el tiempo, y como era predecible, el brillito que los galardones tenían se fue desdibujando -los padres casi siempre llevan razón- hasta la gran revelación que supuso para mí la nominación como Mejor Película, nada menos, que del tan entrañable como pasteloso filme infantil Babe, el cerdito valiente. ¿Cómo podía ocurrir eso? Pues cualquiera sabe, pero lo cierto es que ni el "¡Peeedrooooooooo!" de Penélope Cruz ni tantas otros pasajes han logrado sacarme de esa mirada entre irónica y escéptica con la que veo el resumen de la gala (entera ya no me la trago ni loco). Así que lo de la madrugada del lunes, lo de Warren Beatty y Faye Dunaway liándola parda los pobres sin culpa, no fue sino una constatación más de que ni Hollywood es la Meca del cine ni la cosa allí es tan perfecta como la pintan. Ni siquiera el hecho de que ganase Moonlight y no el pastiche simplón y autofelatorio de La La Land permite la reconciliación con estos fastos superfluos. Queda claro pues un año más que del cine lo mejor son las películas, ni vida de actores ni trajes de largo ni gaitas, y que en el cocido de mi santa madre o en el atardecer de esta Córdoba primaveral hay más glamour que en Jolibud. La verdad de la vida, por fortuna, está aquí al lado.

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