Vivo la Semana Santa por la tangente, sin fervor ni más interés que los cortes de tráfico y calles que me afectan. Reconozco una etapa adolescente muy talibana, ahora la contemplo desde la madura indiferencia. Madura indiferencia significa: si me piden mi opinión, hablo de todos los sinsentidos que creo que encierra; si no lo hacen, me dedico a lo mío y cada cual con sus devociones. Escribo hoy, no con ánimo de polemizar, sino de entender. Al respecto de una imagen de un hombre de trono hablando por teléfono bajo el varal. Me da igual a qué cofradía pertenezca, es igual de grave independientemente de los fieles que conlleve. Y tampoco es algo nuevo, es una foto que se puede ver cada año -aquí y en otras provincias. Pero hablemos de la nuestra-. Sea un móvil, una petaca o cualquier elemento que le falte el respeto a la llamada estación de penitencia.

La cuestión es que ayer me dediqué a tirar cañas por varios foros capillitas para calibrar reacciones ante lo que yo, si estuviera metido en el mundillo, consideraría una falta de respeto intolerable. Las dos respuestas ganadoras, para triste sorpresa, fueron: que es algo que hay que asumir como normal en la Semana Santa y que es habitual en esa cofradía.

Si yo fuera hermano mayor de esa cofradía, cualquier persona que no defienda una estación de penitencia desde el más austero de los respetos no saldría nunca más. Si no lo fuera y mi hermano mayor no hiciera eso que pienso, me iría yo. Si fuera hermano mayor de otra cofradía, emitiría un comunicado público censurando esa actitud -insisto, ya sea del Cautivo o de la procesión más anónima-. Si fuera de otra cofradía pero no el mermano mayor, le instaría a que hiciera ese comunicado. Me asombra comprobar cómo, de manera mayoritaria, las personas que conozco defienden su cofradía por encima de la Semana Santa. En una tradición con 43 cortejos procesionales, me parece condenar, al menos a largo plazo, la fiesta. Y no concibo que el resto de hermandades no censuren públicamente algo que no afecta a un trono en concreto, sino a la imagen general de la Semana Santa.

Pero no, esto no es una crítica a los capillitas, es a nuestra ciudad. Incívica e insolidaria para pensar en grupo. Capaz de autodestruir su Feria y su Semana Santa, dos de sus grandes exponentes, y en las que se clonan los grandes males que se aferran a esta Málaga con grilletes. Aquí, lamentablemente, nos gusta mucho mirar hacia otro lado. Concretamente, a nuestro ombligo. Y hacernos un selfie para inmortalizarlo.

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