A veces, cuando regreso a casa, busco en la tele algo que me entretenga o me repose. Me aburre la búsqueda, por lo que recurro a lo más fácil, algún concurso de algo. Últimamente he encontrado algunos algo curiosos dentro del tedio garantizado en las programaciones. Se trata de concursos en los que al margen de la calidad de las intervenciones, un jurado propone su continuidad y el público remata la decisión desde sus casas. Primero, no se puede concursar con distintas materias unidas: cantantes, titiriteros, magos y un gran etcétera. Segundo, por querer dar participación al público, por razones de audiencia, pienso, éste, el público, es muy vulnerable e impresionable, además de generalmente impreparado, lo que lleva a fallos impensables, recordemos al Chiquilicuatre o nuestro último Tequila. Las nuevas técnicas de comunicación, a veces, apresuran, adulteran y guían a resultados inapropiados. Conclusión: un jurado demostradamente competente corresponde a un concurso monográfico. La democracia no sirve para los concursos, estos requieren especialistas en la materia a juzgar.

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