Librerías de viejo

La Feria del libro Antiguo nos acerca a ese objeto imperecedero que resistirá a las nuevas tecnologías

El mundo del libro, integrado por una variopinta fauna, lleva años lamentándose de los innumerables problemas que afectan al sector y hacen bien en quejarse, por aquello de que el que no llora no mama. Apelan siempre a la labor que el sector hace en bien de la humanidad. Y la gente, tan crédula e ingenua, se lo cree. Es tan cándida y bondadosa que piensa que todo lo que venga en formato libro es enriquecedor y un bien en sí mismo.

No seré yo, bibliófilo y lector que raya en lo enfermizo, quien aplauda la crisis del sector, pero sí quien opine libremente sobre ella. Eso de que no se venden libros es una falsedad. Las cifras están ahí. Otra cosa es que se lean y, aún más importante, la clase de libros que se venden. La gran mayoría no dejan de ser pasatiempos y objetos de entretenimiento que no tienen que ser más defendibles que la televisión-basura. La mala literatura imperante ha generado malos lectores. Y ahí reside, en mi opinión, gran parte de los males del sector. No son amantes del libro, mejor dicho de los buenos libros, sino devoradores de hojas, consumidores de lectura como los hay de espectáculos deportivos. Para ellos trabajan como modernos amanuenses los autores de best sellers al amparo de la propaganda y el más puro marketing. Su producto comercial está al alcance del público en quioscos, hipermercados, aeropuertos o por redes de venta directa. Cabe preguntarse entonces sobre el cierre de librerías: ¿no es esto lo que cabría esperar?

Las de viejo son otra cosa. A ellas van los bibliófilos, los que buscan algo más allá del consumo fomentado por la maquinaria empresarial. Son lugares entrañables en los que aún es posible una dimensión humana del comercio. A los míticos nombres de Mercedes, Conchita, Bequi, Abelardo o Luis, les siguen los de Ignacio, José Manuel, Marvelis, Mila, Manolo Rivas, Antonio Castro, Antonio Bosch, Daniel, Raimundo… En las librerías de viejo se puede encontrar algo distinto, una obra descatalogada, un libro que perteneció a alguien que estampó su nombre o pidió una dedicatoria y que ahora, por avatares del destino, pasa a otras manos lanzando así un mensaje sobre la fugacidad de la vida. La Feria del libro Antiguo que durará casi un mes, nos acerca a ese objeto imperecedero que resistirá, no tengo dudas, a las nuevas tecnologías; sobre todo si es bueno y su contenido es capaz de superar el paso del tiempo.

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