Desde el fénix

José Ramón Del Río

Lluvia

LLUVIA es lo que todos esperamos en Andalucía y que no acaba de llegar. Aunque el pasado año la cantidad de agua recogida no estuvo lejos del promedio anual -al menos, en la provincia de Cádiz, desde la que escribo-, el déficit que se viene acumulando, de unos años a esta parte, hace, no ya que no corran los arroyos, sino que los campos y el arbolado en estas fechas no luzcan con su verdor natural y empiecen a pardear. Es curioso que, pese a los adelantos de la ciencia, que parece tener, hoy, remedios para todo, no pueda provocarse la lluvia, cuando se necesita. El hombre ha ido y ha vuelto a la luna; gracias a la TV y a internet, nos comunicamos y vemos lo que sucede en el tiempo real en que se produce la conversación o el evento. Pero, sin embargo, no se consigue que llueva a gusto de todos y, ni siquiera, de una mayoría.

Parece ser que la cuestión de la pluviometría se la ha reservado en exclusiva la Divina Providencia. Claro es que, para los que somos creyentes, siempre es "lo que Dios quiera", pero hay muchas materias y cuestiones en las que Dios no está pendiente de todo y deja a sus criaturas a su libre arbitrio. De ahí aquello de "a Dios rogando y con el mazo dando". Pero es claro que en el tema de las lluvias recaba para sí todas las competencias. En la cultura azteca, Dios es Quetzalcoalt ("la serpiente emplumada"), pero tenía un Dios adjunto, exclusivamente para las lluvias, llamado Tlaloc, que con su esposa Chalchiuhlicue (familiarmente, Chalchi) fue el que lloró sobre Méjico, cuando la gesta de Hernán Cortés.

Y volviendo a mi teoría de que la Divina Providencia es la única autoridad competente en materia de lluvias, existe una pequeña excepción, y es que ha delegado en Santa Clara la decisión de que no llueva cierto día, a algunas horas, durante las cuales se celebrará un evento al aire libre. La administración de Santa Clara la lleva en Madrid el convento de clausura de las madres clarisas, en el Paseo de Recoletos. A Santa Clara hay que ofrecerle huevos, que antes se llevaban al convento y hoy se traducen en euros, a precio de mercado. Quizás por tener una tía clarisa o porque la fe de mi familia política es tan grande, puedo asegurarles que nunca nos ha fallado estropeando con la lluvia una celebración.

Todo esto viene a propósito de que leo hoy que sacerdotes de varias parroquias de Jerez imploraron el domingo por las tan necesarias lluvias. Horas después, cayeron tres litros, que no sirven para nada, si acaso para demostrar mi tesis de que solo con rogativas y procesiones se ablanda el corazón del Altísimo, para que llueva. Habrá pues que esperar a la cercana Semana Santa para que en cada sitio y el día de su salida procesional los Cristos aguadores cumplan con su deber.

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