TODOS los partidos sienten la necesidad de controlar los resortes por los que se expresa la sociedad civil, la malagueña en este caso, para rentabilizar electoralmente esos apoyos. Es un juego similar al de la publicidad subliminal. Es efectiva sólo cuando prácticamente pasa desapercibida, si se descubre la maniobra puede suscitar incluso rechazo. Así que si los responsables de una entidad sintonizan con una opción política mayor será la probabilidad de que la afinidad trascienda a todos los integrantes de la asociación y sirva a los intereses predeterminados.

Esta estrategia viene de lejos. Hasta principios de los 90, en Izquierda Unida y en el PSOE se presumía del liderazgo encubierto que se ejercía sobre asociaciones de vecinos y consumidores. El PP se puso las pilas con la llegada de Celia Villalobos a la Alcaldía de la capital en 1995 y la participación ciudadana dejó de ser coto privado de la izquierda. Las peñas también fueron objeto por aquella época de un mayor mimo por parte del Ayuntamiento, hasta que se engendró a un iluminado que se creyó con poder para quitar y poner alcaldes. Un principio del fin del PA.

Algunos colegios profesionales también constituyen un área muy atractiva para intentar influir. Aunque en ocasiones las pugnas internas de algún partido, caso del PSOE, ha provocado efectos contrarios al pretendido, con presidentes de estos colectivos ideológicamente próximos a la dirección provincial socialista pero orgánicamente en las antípodas de esos dirigentes. El peor enemigo.

Tampoco la Universidad se salva de la larga mano de la política. Hay quien presume de auspiciar el triunfo de algún rector y todos trabajan ya desde hace tiempo en buscar candidatos proclives para los futuros comicios académicos. Quizá por ello Málaga carece de líderes sociales capaces de invertir los papeles. Lobbies de contrapeso a los que no se pueda domesticar con una subvención.