Lo pintoresco

Que la tediosa lacra del nacionalismo aún conserve su prestigio nos desacredita, probablemente, como especie

Afinales del XVIII, Goethe se halla en Nápoles para visitar las excavaciones de Pompeya y las cercanas ruinas de Paestum. Allí, un amigo italiano le hará llegar un voluminoso manuscrito, la Scienza Nuova, obra del abogado napolitano Giambattista Vico, que Goethe no parece mirar con excesivo entusiasmo. Se da la circunstancia de que Goethe es amigo y se declara discípulo de Johann Gottfried Herder. Se da la circunstancia añadida (a veces el mundo es sorprendentemente pequeño), de que Vico y Herder formularán, cada uno por su lado, un nuevo modo de hacer Historia en la que el clima, las costumbres, la religión, la idiosincrasia de cada pueblo, adquieren una relevancia capital, que dará forma a las ensoñaciones y a la textura política del Romanticismo. En cualquier caso, Goethe no parece consciente de ser el azaroso vínculo entre ambos filósofos; y tampoco de que dicha filosofía cambiará para siempre el modo de conceptuar el pasado.

Debe decirse, no obstante, que al incluir tales factores en la Historia, Vico y Herder actúan como científicos, en busca de una mayor exactitud para sus indagaciones. Debe decirse, de igual modo, que esa atención principal a lo particular, a lo distinto -a lo genuino-, trae ya en su vientre el fin de la Ilustración y el germen del pintoresquismo. No se puede explicar la historia de Michelet, no se pueden abordar ninguna de las historias nacionales que abundarán en el XIX, sin este giro a lo particular que, buscando lo distintivo, hallará inesperadamente lo "homogéneo". Estamos en el momento cimero de la etnología, de la antropología, de las diversas razas nacionales que pueblan, en apariencia, Europa. Estamos también en esa hora donde la frenología de Gall y la clínica de Lombroso determinarán el carácter criminal de un hombre por la forma de sus lóbulos frontales. Estamos, en fin, en el origen de aquel monstruoso cientifismo que llevará al exterminio de otras razas (la raza de Ashaverus, el Judío Errante, tan glosado por el Romanticismo), en nombre de la higiene y de la superioridad genética.

Que la Scienza Nova de Vico y la Filosofía de la Historia de Herder tuvieran hijos tan extraviados como inicuos, era del todo imprevisible. Que la fiebre de la identidad, que el espejismo de la raza, que la tediosa lacra del nacionalismo aún conserven su prestigio, no deja de ser un doloroso misterio que nos desacredita, probablemente, como especie.

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