La tribuna

José Pérez Palmis, Presidente de ASIT

Luces de La Palmilla (III)

 Aescasos milímetros de la cabeza nos pasó la pelota con la fuerza de una bala. Yo me palpé enseguida por si el furor del viento balompédico me la había achatado. Dos segundos después apareció el chutador, incansable en su pateo al balón y sus sueños de Xabi Alonso o de Iniesta. Los recreos de los escolares están para eso, para desfogarse corriendo por los patios ciegamente. La juguetona adrenalina les sale por la cabeza, tronco y extremidades. Una verdadera delicia verlos sueltos, a sus anchas, espontáneos, jugando, corriendo y sudando. De esta manera a las clases siguientes acudirán más reposados. El espectáculo de la chiquillería libre en sus carreras y juegos inverosímiles rejuvenece, especialmente a quienes movemos los pies pidiéndose permiso, el izquierdo al derecho, y el derecho al izquierdo. La misma alegría, fresca e interminable, la sentimos también nada más pisar las aulas del colegio público Gálvez Moll para la escolarización de los niños de La Palma-Palmilla. Los 180 alumnos, de educación infantil (de 3 a 5 años) y primaria (de 1º a 6º), gozan de un sistema de enseñanza que haría las delicias de Quinto Horacio Flaco (siglo I a. C.), poeta latino, uno de los primeros , si no el primero en darle forma a la idea de conciliar lo ameno y lo instructivo, la enseñanza y la diversión. Aprender disfrutando facilita esa misteriosa capacidad de asimilar la instrucción y de gozar de la sana convivencia más allá de razas y credos. Esto sucede en el colegio con los musulmanes, sobre todo marroquíes, cristianos, rumanos, senegaleses, turcos. Aquí la integración carece de escollos, se da con naturalidad, y así la vive, por ejemplo, la niña marroquí Asmaa, que está muy contenta de ser una más con sus condiscípulos. Tiene méritos la chiquilla, además de sus estudios ayuda a su madre en todas las faenas de la casa y en el cuidado de sus cinco hermanos. Otra muestra de la hermandad infantil la vio bien pronto la comisión internacional rumana encargada de informar de la adaptación en los países extranjeros de sus niños y jóvenes: cuando visitó el Gálvez Moll quedó deslumbrada por la camaradería y las relaciones entrañablemente amistosas. Ninguna diferencia pudo anotar. Vio a los suyos como unos más dentro del ramillete del alumnado.

Del aulario destacan junto a las aulas normales varias de enseñanza especializada como las de pedagogía terapéutica, audición y lenguaje temporal o la de adaptación lingüística. Y una que está escrita en el corazón, la social, la de la atención a las de madres de escasos o nulos recursos que acuden a que les arreglen este o aquel problema, o a que le deletreen el escrito que acaban de recibir y que no entienden y las inquieta porque no saben si quieren quitarles la custodia de los hijos por asuntos complejos o que les hablan de los maridos internados en el centro de Alhaurín el Grande. Desde la dirección del colegio se hace el debido contacto aclaratorio con los de la Penitenciaría. La disparidad de funciones les hace acompañar en otros casos a mozuelos con dolor de muelas y costearle los gastos del dentista. Y por medio Pepelu, de 6 años, apartado temporalmente de la clase por los estropicios que arma, no dejando en paz a nadie. Eso mismo les pasa a los jugadores de balonmano cuando los sancionan por juego peligroso. Pepelu no puede ocultar su cara de niño travieso. Son encantadores los de su estilo mientras los tienes delante, pero, al menor descuido, se vuelven más revoltosos que un ventilador. A este chiquillo le debe asistir el don de la ubicuidad, por todas parte aparecía durante la expulsión arbitral.

 

La mochila viajera es uno de los programas más amenos. Consiste en llenarla de libros, material escolar y un diario. Todas las semanas, de viernes a jueves, tiene un mochilero que la acarrea a su casa con el fin de ilustrarse. Al final, ha de escribir en el diario sus trabajos, sus lecturas. De esta manera pasará a otro compañero. Los viajes de la mochila encierran un profundo sentido didáctico y ameno, aventurero, de curiosidad por examinar su contenido y aplicarse, luego, a su cumplimiento. El alma del colegio son las maestras y los maestros. Trabajan y educan por encima de las circunstancia. Con fervor y amor vencen las dificultades y luchan contra adversidades singulares. Sin ir más lejos, un porcentaje muy alto de los niños acusa la movilidad de sus familias. De pronto se trasladan a vivir a otros lugares y les rompen el curso a los chiquillos, para, después, reaparecer. Mientras, el aprendizaje escolar les ha volado. Lo mismo ocurre en las vacaciones e, incluso, a veces en el día a día. La falta de interés familiar los conduce al olvido, a la amnesia, y la profesora o el profesor ha de comenzar a sacar de la memoria lo aprendido, en una tarea propia de los filmes Volver a empezar y Recuerda. Pero la tenacidad y la entrega hacen el milagro de recuperar la sabiduría y dejar a los alumnos en línea para dar un paso adelante y seguir acumulando conocimientos.

 

A la asombrosa calidad del colegio ha de añadirse la biblioteca abierta el pasado mes de febrero. Mas su significado y trascendencia merece un lugar aparte, una reseña propia. Viene muy oportunamente su inauguración porque, entiendo, hace del Gálvez Moll un candidato para iniciar el renacer cultural de Málaga, para comenzar en él el movimiento de la capitalidad de la cultura sin esperar a no sé cuántos años.

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