Entre la maraña de la cuestión catalana, en el discurso de Navidad del Rey hubo espacio para aludir a la violencia machista. La mención, aunque parezca insuficiente y tardía, refleja la importancia que desgraciadamente están adquiriendo esos aberrantes comportamientos. Esta sociedad tan acostumbrada a sobresaltos corre el riesgo de asumir con resignación las continuas noticias de mujeres asesinadas por hombres. Este año hemos superado las 50. En un sistema democrático se explica mal este deplorable fenómeno. Se puede decir que las mujeres hacen uso de sus derechos conquistados recientemente mientras que en el mundo de los hombres, si bien formalmente se defienden esos logros, en el fondo hay una callada y soterrada resistencia a admitirlos. El problema es transversal y afecta a hombres de distinto nivel cultural y económico, de diversas edades y de ideologías dispares. Especialmente llamativo es el hecho de que los varones asesinos son muchos de ellos de edades tempranas, que no han llegado a cumplir los 40 años. No es pues la resistencia de un mundo viejo que no se resigna a admitir la igualdad, sino que el comportamiento machista se está incubando en jóvenes que se han educado en una sociedad pretendidamente tolerante y abierta, en la que la equiparación de sexos parece indiscutible. Pero, ciertamente, eso es sólo la apariencia de lo políticamente correcto que se queda en la superficie del problema porque en el fondo siguen existiendo arraigados comportamientos machistas que favorecen la penosa situación actual.

El asesinato y el maltrato machista no es un hecho excepcional de celosos patológicos, sino el último peldaño de una larga escalera que empieza a construirse con comportamientos admitidos en nuestra sociedad. La discriminación laboral, la ausencia de mujeres en puestos de responsabilidad en sociedades, instituciones y empresas son también exponente de una cultura no confesada de la primacía de la masculinidad. Denota un encubierto menosprecio a la labor de las mujeres que a veces se traduce en desprecio y de ahí, algunos, subiendo otro peldaño llegan a la humillación para al final escalar a la imposición por la fuerza de su propio criterio. La lucha contra la violencia machista no se combate sólo con medidas sobre este último comportamiento, sino que hay que enfrentarse también contra los primeros peldaños. Y ya puestos, la institución monárquica también contiene en su seno una absurda discriminación hereditaria por razón del sexo que debería ser abolida con urgencia.

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